En Cáceres hay fascinación por las estatuas. Véase el gentío que se arremolina ante las que llegan con el Womad o la feria. Pero no es necesario esperar estos acontecimientos para ver estatuas. Las tenemos en abundancia. Las hay tradicionales y muy conocidas por todos, como la de Gabriel y Galán, que luce en Cánovas con su jardincito desde hace tanto tiempo que ya es un mangurrino más. Anterior a ella es la del mismo Cánovas. La más socorrida y manoseada es la de san Pedro de Alcántara, que en tiempos de exámenes en el viejo isti no tenía descanso, aunque alguien dirá que eso no es una estatua sino una imagen.

Espectaculares son las que adornan algunas rotondas, entre las que sobresale una llamada el indio para ahorrar letras y no trabarse la lengua con el nombrecito del personaje. Y es que eso de los apodos es muy cacereño. Incluso una de las recientes, la del padre del rey, tiene sobrenombre, el cabezón , si bien ésta pertenece al gremio de los bustos.

Además, durante los últimos años han proliferado unas figuras que, dado su tamaño, el pueblo ha agrupado bajo el nombre de los muñequinos , como corresponde a las terminaciones de los diminutivos cacereños. Entre ellos tenemos bailarines de Redoble, vendedoras de periódicos, cofrades (denominada por los impíos el Ku Kus Klan ), lavanderas y hasta una azafata en la Avenida de París. Ya tenemos azafata, ahora solo nos falta el aeropuerto.