TNto es ningún secreto que la Extremadura preautonómica soportaba un pesado lastre secular de región periférica marginada, económicamente deprimida, culturalmente marcada por un ambiente cerrado, inmovilista, profundamente conservador. A comienzos del pasado siglo la mayoría de la población pertenecía aún a un medio rural cuya economía a duras penas alcanzaba para la mera subsistencia. Afortunadamente, en las tres últimas décadas el panorama ha dado un vuelco y hoy hemos logrado alcanzar el desarrollo medio de otras regiones del país.

Aún así, todavía hemos de esforzarnos por coger en marcha más de dos trenes que se nos están escapando... Es mucho lo que nos queda aún por reivindicar en el ámbito de la cultura general o de las ciencias, la literatura, la música culta y las artes plásticas, en particular.

Porque esta innegable desventaja secular no autoriza a suponer que esta región fuese en el pasado un yermo carente de pulso o inquietud artística, sin el menor atisbo de vida. No: incluso en los más áridos parajes el explorador avisado irá descubriendo los oasis y corrientes subterráneas precisas para establecer los hitos que permitan trazar el mapa que configura el territorio, en este caso, el de nuestra identidad cultural y artística.

En referencia a este último aspecto, sería ingenuo --a la par que chovinista-- creer que el arte en Cáceres gozase de prioridad en la historia universal del Arte: hemos de asumir la modestia de los orígenes, porque las Bellas Artes no son excepción en cuanto a las posibilidades de desarrollo pleno en zonas deprimidas. Pero si las grandes figuras del arte universal proliferan en un medio propicio, incluso en las sociedades más precarias aparece también el oportuno intérprete de sus paisajes, de sus gentes y sus costumbres, que con su obra da testimonio de los invariantes que definen su circunstancia histórica, su ambiente cultural o su medio natural y social.

En consecuencia, es bien sabido que sin conocer el arte de un pueblo su historia no está completa. Y esta puede decirse que es la asignatura pendiente que tiene Cáceres, cuyo aprobado podría lograr fácilmente en la convocatoria extraordinaria de 2012, para ser revalidada en 2016.

Porque aquí ha habido en el pasado artistas suficientes para rastrear estas señas identitarias, incluso antes de la eclosión espectacular que se produjo en el tercio final del siglo XX, fruto de la pionera escuela semioficial de pintura y de la posterior Escuela de Bellas Artes, desde las que se propició que nuestros artistas se enrolaran en la ya larga tradición de las vanguardias y los últimos ismos, hasta la posterior asunción del variopinto eclecticismo de la posmodernidad, que hoy continúa dando fe, mediante múltiples manifestaciones cotidianas, de la gran vitalidad del mundo artístico actual de la ciudad.

Pero es evidente que el conocimiento y asimilación de la vida artística de Cáceres reclama un amplio espacio para su contemplación serena y continuada, que permita la visión de conjunto tanto como la mutua relación, que identifique las trayectorias recorridas y que facilite la lectura y el repaso, más allá de la efímera ocasión que propician las exposiciones temporales y puntuales.

Es, por tanto, imprescindible un Museo de Bellas Artes en la ciudad, con capacidad suficiente para que quepan en él todos los artistas extremeños, como los que fueron desalojados (1985) de aquel frustrado Museo de Arte Contemporáneo local, frente a las justificadas protestas del pintor Arsenio, miembro de su extinto patronato...

No parece que la Casa de la Cigüeña --su denominación histórica-- sea adecuada, aun contando con el consenso del Ejército, para alojar la magnitud del patrimonio artístico de que hablamos: de un cómputo de más de doscientos artistas extremeños contemporáneos más de la mitad estarían inicialmente incluidos en este museo (y qué menos que con un par de obras cada uno), a lo que han de sumarse los fondos en el almacén del museo actual, cuya falta de espacio impide su exposición... y los de otras entidades públicas y coleccionistas particulares que dejarían obras en depósito a tal fin.

Por otra parte, recordando una acertada imagen de nuestro presidente Guillermo Fernández Vara en su intervención en el Ateneo de Cáceres, no debemos olvidar, en el lógico recorrido hacia adelante, la necesaria mirada al espejo retrovisor: la pintura de siglos anteriores, de la que todavía restan las suficientes muestras como para establecer la necesaria continuidad entre el ayer, el hoy y el mañana, no debe faltar en el Museo de Bellas Artes que reclama la categoría de Cáceres como ciudad cultural.

Y teniendo en cuenta que la construcción del nuevo hospital vaciará o dejará infrautilizados los edificios donde se hallan los actuales, no podría darse más noble destino a una de las plantas del Hospital de Nuestra Señora de la Montaña, que cederla para el Museo de Bellas Artes que se debe a la ciudad de Cáceres.