Ha regresado el insomnio o quizá nos hemos dejado llevar por una nueva manera de vivir la vida, que nos conduce por los vericuetos de la noche y nos obliga a amanecer más tarde, o a despertar antes, y caminar por la casa como si fuéramos zombis. Esta mañana, al vecino de enfrente le han traído una encimera mientras un curioso fumaba sin parar. A ratos sostenía el cigarrillo y la mascarilla entre sus guantes. Miraba con devoción a los dos repartidores que sacaban esa piedra azul llena de polvo de la furgoneta blanca (ante estos episodios cada vez soy más descreído con las medidas de seguridad). Comentaban algo; parecían sacados de una película, porque todo lo que presenciamos en estos días es eso, una película.

Y sí, anoche tocó revisar 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', la obra maestra de Agustín Díaz Yanes con esa Victoria Abril que es una grandísima actriz, porque las buenas actrices son aquellas que nunca pasan de moda y Victoria está de moda desde que era azafata del 'Un, Dos, Tres' de Chicho Ibáñez Serrador y la veíamos cada viernes en esos años de dos cadenas en blanco y negro, en los que nos bañaban una vez a la semana, pues el resto de días las madres solo nos obligaban a lavarnos los bajos y las rodillas cuando subíamos de jugar de la calle.

La cinta narra el día a día de una mujer que se enfrenta a la ancianidad y una joven que se enfrenta a la vida adulta. Por cierto, hay un momento muy gracioso en el que Julia, que interpreta Pilar Bardem, dice: '¿Qué puedes esperar de alguien que llama a su hijo Jonathan?', que a mí me recuerda a Los Morancos en pleno delirio de Omaíta.

Hoy en el periódico cuentan que ha habido tres muertos por coronavirus en Extremaura, dos de ellos en Cáceres. Es deleznable que tres ya nos parezcan pocos, ¿poco comparado con qué? Se nos olvida que tres son multitud. Hay gente en la ciudad que no tiene para comer, que se ha quedado sin trabajo, que sigue con un miedo infinito a pisar la calle. En poco más de 60 días se han impuesto más de mil denuncias por incumplir el estado de alarma, los bares no reabren, los comercios tienen pérdidas, los Ertes condenan a las clases sociales, especialmente a las más vulnerables, los ancianos mueren en la Asistida y asistimos atónitos al deambular de cadáveres.

79 personas están enterradas en el cementerio cacereño por culpa del bicho. El ayuntamiento, con un gesto que le honra, les ha llevado tres ramos de flores. Pero a mí me sigue invadiendo esta tristeza infinita, esta inquietud, el desasosiego de qué pasará mañana. Sé que mañana no existe, que preocuparse es ocuparse antes de tiempo, pero miro esa película y esa imagen del lazo negro del Centro de Salud de Nuevo Cáceres por la muerte del facultativo Sebastián Traba y no puedo espantar a la incertidumbre, que llega como llegan las sandías en las tardes de calor, que estrujan tu piel y la condenan al sudor.

Veo las flores junto a las tumbas en la fotografía del diario y recreo a gente anónima, de la que no sé sus nombres porque hasta para los muertos hay categorías y solo se habla de unos pocos. Cifras, números despojados del DNI, sin cumpleaños, sin móvil que responda al otro lado, que ahora ocupan los patios 1 y 2 mientras por la pantalla de la película de Díaz Yanes asoma esta frase lapidaria: 'Los pobres son príncipes que tienen que reconquistar su reino'.