Hace unos días acudió el Rey de España a un acto en Barcelona acompañado del Presidente del Gobierno. Como es público y costumbre en esa región española ni el presidente de la Generalitat ni la alcaldesa acudieron a recibirle y a Pablo Iglesias le resulta comprensible porque su olfato demoscópico le dice que el Rey tiene allí un fuerte rechazo. Pues yo, que no soy tan listo como don Pablo, no lo entiendo. D Pablo, el Honorable sr Aragonés, que espero sea más honorable que sus antecesores procesados e inhabilitados por robar o desobedecer las leyes, y la señora Colau tienen legitimidad en sus cargos debido a la legislación del Estado Español y en una de esas leyes, que tiene el mismo valor que la que les legitima, se dice que España es una monarquía y por lo tanto el Rey es el Jefe del Estado por lo cual representa a toda la nación y a todas las instituciones y como tal exige un comportamiento con él. La misma ley les permite tener ideas republicanas y hasta separatistas, pero no les permite ningunear las instituciones. Ahora bien si esa es la doctrina en la que se quiere amparar Pablo Iglesias le resultará comprensible que cuando en su calidad de vicepresidente del gobierno acuda a una ciudad en la que sus votos sean mínimos no vaya a saludarle el alcalde e incluso entenderá que en aquellos lugares en los que alcance una ridiculez de apoyos el alcalde y los ediles le hagan una pedorreta. Tampoco le debería extrañar que a sus ruedas de prensa se nieguen a asistir los periodistas que ni son republicanos ni de extrema izquierda a no ser que se acoja a la Constitución que tanto desprecia. Quizás entonces Pablo Iglesias entendería que está más solo de lo que piensa y que una abrumadora mayoría de españoles detestan su postureo que creen destinado a alimentar a sus menguantes votantes. No todos los activistas están capacitados para ostentar un cargo institucional porque hay mucha diferencia entre un cargo institucional y un activista.