TEtn el Cáceres pequeño y recogido no era difícil alcanzar notoriedad. Unas veces por la actividad política, otras por la periodística, acaso por el deporte y no faltaba quien alcanzaba la fama por alguna excentricidad. Ahora bien, el personaje más famoso de la ciudad era Nano. Y el más entrañable. Acostumbraba a pasear las calles especialmente en las épocas de bonanza climatológica a pesar de lo cual las mujeres le tenían por barómetro infalible: "Va a llover. Se oye a Nano". A veces se limitaba a llevar una estampa pero era frecuente verle portar un pasos procesional que había construido con la ayuda de sus vecinos y amigos. Colocaba las estampas en una tabla que rodeaba de flores y enarbolando una cruz en su otra mano se lanzaba a catequizar a sus paisanos. Una cuadrilla de "muchachinos" le seguían. Cuando reunía alguna concurrencia comenzaba a desgranar un sermón con las palabras que más le sonaban de su asistencia a los numerosos actos religiosos que había por entonces en la ciudad. Sus pláticas estaban llenas de palabras y frases como "Dios nuestro Padre", "El Señor" y sobre todo "La Virgen de la Montaña". En ocasiones, guardaba esta advocación para concluir su perorata y otras la utilizaba profusamente a lo largo de ella y cerraba con la misma. Concluida su actuación emprendía la marcha cantando la Salve de la Montaña, Perdona a tu pueblo Señor y Santa, Santa María. Nadie se burlaba de él, antes bien se oía por doquier: "¡Qué bueno es el Nano!" y todo el mundo estaba dispuesto a arreglarle el altar. Cáceres estaba convencido de que si la Virgen de la Montaña tenía un sitio de honor reservado era para él.