Al llegar la Navidad, la ciudad feliz se supera a sí misma. Los cacereños copan las aceras y todo gira alrededor de la felicidad paseante: hay que echarse a la calle para comprar el amigo invisible, el visible, los Reyes, Papá Noel y Santa Claus; es imprescindible recorrer escaparates buscando un traje largo para la niña, la madre y la sobrina; hay que ir a ver la iluminación navideña; hay que contemplar la cabalgata de Reyes; hay que cenar con los compañeros, con los amigos, con las excondiscípulas del colegio, con los colegas de futbito, de golf, de carnaval, de caza...

Todos a la calle, es la consigna, y como un solo hombre, los cacereños obedecen y salen. Es en estos días, y sólo en estos días, cuando los mayores, ¡ay los mayores!, ponen el grito en el cielo porque las discotecas y los pubs cierran pronto y entonces, el ayuntamiento, que sabe cómo hacer felices a sus ciudadanos, levanta la mano del horario en cuanto pasa la Pura.

Las cartas al director del Extremadura vienen cargadas de protestas no por el paro, el tráfico o la especulación, sino porque en Lisboa, en Evora, en Sevilla y, ¡santo cielo!, en Badajoz, ya se ha encendido el alumbrado navideño y en Cáceres seguimos a oscuras.

EL COLMO DE LO NIMIO Después llega la cabalgata de Reyes y la ciudad feliz se asoma al Guiness : nunca se concentró tanta gente para ver tan poca cosa: 50.000 personas toman las calles para ver pasar el desfile mágico más esmirriado de Extremadura y parte del extranjero. A tanto ha llegado la nimiedad que hasta el ayuntamiento se ha dado cuenta de que por ese flanco se podía colar el demonio de la triste grisura y ha decidido tomar cartas en el asunto: la cabalgata de este año será grandiosa, llevará hasta autobuses y la felicidad de colores retornará a la víspera de Reyes.

A los Reyes Magos, reconozcámoslo, los salva que son muy vistosos, que quedan aparentes sobre una carroza y que son un pretexto para que los padres saquen a los hijos, se junten con los amigos y se pongan tibios de arroz tres delicias en un restaurante chino o de burritos en un mejicano . Si no fuera por eso, Melchor, Gaspar y Baltasar habrían corrido la misma suerte que las hogueras de San Jorge, que han dejado de ser un acontecimiento social de barrio y familia para ser sustituidas por otro cortejo en technicolor.

La cabalgata se salva también porque no quedaría bonito que el amigo invisible desfilara, siendo como es invisible. Porque, seamos sinceros, lo que realmente mola un puñao en la ciudad feliz es el dichoso amigo invisible.

Existe en otras ciudades, es verdad, pero si hacen ustedes una encuesta entre conocidos foráneos llegarán a la conclusión de que en ningún lugar del mundo llega al nivel de sofisticación, exigencia y proliferación que se da en Cáceres.

El amigo invisible es la esencia de la ciudad feliz . Lo tiene todo: permite salir hoy, mañana y al otro de compras; facilita el comadreo como ningún otro regalo; al ser barato puedes comprar varios, con lo que las gratificaciones personales son numerosas y continuas, y, como remate, en Cáceres abre la catedral del amigo invisible. O sea, Rosso , esa tienda de precios increíbles que ya está en el imaginario colectivo del turista. "Tráeme de Cáceres algo de embutido y algo de Rosso", empiezan a encargar a los viajeros a Cáceres.

El amigo invisible permite engañar cualquier vacío, náusea o desconsuelo con pequeñas dosis de droguita feliz, con pildoritas de alegría banal... "Me va mal en lo fundamental, pero me han regalado un marcapáginas de los Simpson que te cagas".

Y por favor, que nadie vaya de amigo invisible trascendental y regale discos de Schubert o libros de Cernuda. Eso sería un grave pecado de infelicidad. Sería como si Cáceres se pusiera a pensar en los parados que pillan ropa en las Trinitarias o en las inmigrantes que lloran al felicitar las fiestas a sus hijitas ecuatorianas desde el locutorio telefónico de la avenida de Alemania. En la ciudad feliz hay que pensar en el Ave, en el 2016, en el botellón , en el Cáceres CB o en el amigo invisible y disfrutar, que ya es Navidad y mayo está a la vuelta de la esquina.