Nueve años más tarde del desastre del 98, el 12 de agosto de 1909, coincidiendo con el reinado de Alfonso XIII, nacía Rosario López en la localidad pacense de Valencia del Mombuey, aunque se trasladó a Cáceres cuando aún era pequeña "mi madre es minera de toda la vida", cuenta Goyi Nuñez, su hija. "Se ha pasado toda la vida cuidando de mí, me hacía la ropa a mano, ella no trabajaba pero sus labores se le daban de maravilla", recuerda.

Y es que la niña , como la conocen en el poblado minero de Aldea Moret, su barrio, hace cinco años que no habla porque su cerebro no le permite expresarse ni moverse, "teníais que haberla visto con 95 años, era un terremoto, no paraba quieta ni un segundo", recuerda nostálgica Goyi, su única hija, con la que ha vivido codo con codo durante 63 años.

Una suegra ejemplar

"No puedo quejarme, nunca podré decir que ha sido una suegra mala como suelen decir la mayoría de los yernos, si me levantaba a las seis de la mañana para ir a trabajar, ella se despertaba a las cinco para preparme el desayuno", dice Chiqui Cambero, su yerno. "Es más, cuando teníamos algún problema ella siempre le daba la razón a mi marido", continúa Goyi entre risas.

Rosario López cumplirá mañana 100 años junto a su hija, su yerno y sus sobrinos, la única familia que le queda: "si estuviera bien le hubiera encantado celebrar este día junto a sus cuatro hermanos, que ya no están", dice Goyi. "Mi madre sabía que iba a llegar a esta edad, siempre decía: hija yo no me moriré nunca". Por eso han querido hacerle un homenaje por todo lo alto "ojalá cumpla muchos más, pero como eso nunca se sabe queremos agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros de esta forma", dice su hija mientras mira las fotos de su madre de joven: una mujer alta, morena y muy guapa "tenía mucho temperamento, lo organizaba todo", recuerda Goyi.

En 1944, en plena guerra mundial, Rosario viajó junto a su marido militar a Tánger "estaban muy enamorados, mi madre nunca se separaba de él", dice su hija. Y aunque Rosario no puede explicarnos nada, Goyi recuerda a la perfección las historias que contaba su madre de aquel lugar "hizo muchos amigos, pero sobretodo hablaba de una señora musulmana que iba a su casa a llevarle la leche, mi madre le daba de comer. Hablaba muy bien del país, lo único que no le indignaba era cómo trataban a las mujeres", cuenta.

Recuerdos perdidos

Su enfermedad ha hecho desaparecer poco a poco sus recuerdos, "hace unos meses que ya no nos conoce", dice su hija. Sin embargo, Goyi siempre se negó a llevarla a una residencia, Rosario sigue viviendo en casa de su hija y su yerno, que no se separan de ella: le asean, le dan de comer, le hacen sonreir y la miman. Desde hace unos meses tienen la ayuda de dos asistentes sociales y del centro de salud de Aldea Moret. "Yo siempre he vivido en casa de mi madre, no sé estar sin ella, por eso vivirá conmigo hasta que se vaya, la única diferencia es que ahora han cambiado los papeles, ella ya no es mi madre, sino mi hija, mi marido y yo tenemos una niña de cien años", dice Goyi mientras da un tierno beso a su madre, quien se lo devuelve con una enorme sonrisa. ¡Que cumpla muchos más!