Si un chiquillo de 14 años --el novillero Jairo Miguel-- está toreando en plazas de renombre significa que lleva muchos años practicando en el campo y en el salón. Si la mayoría de nuestros adolescentes no están decididos a elegir carrera o profesión a los 17 años, y en muchas ocasiones se equivocan, parece que debe dudarse del origen de la ´vocación´ de torero que pueda tener este muchacho. Puesto que no he hablado con sus padres, ignoro la influencia que hayan tenido sobre su educación y decisión por lo que sería muy arriesgado e infundado acusarles de embarcarle en una arriesgada profesión por avaricia. No obstante, este caso pone encima de la mesa el controvertido tema de la explotación de menores, aunque mucho más llamativo por los riesgos que conlleva la profesión de torero.

Sorprende que este proceder se lleve a cabo por personas que pertenecen a un país en el que está prohibido tal actuación para niños y que sin embargo la practique en cualquier otra parte del mundo. No sé qué sucedería con unos padres españoles que llevaran a sus hijos menores a trabajar en la vendimia francesa. Entre los comentarios que la noticia ha suscitado en internet leo opiniones que reclaman la retirada de la patria potestad a los padres por considerarlo una irresponsabilidad. Antes de llegar a medidas tan drásticas quizás sea suficiente instarles a cumplir las leyes y que consideren la necesidad de retrasar su carrera de matador hasta que tenga la edad requerida. Aunque, la verdad, uno no ve a qué edad se está preparado para matar a un animal para satisfacer los deseos lúdicos de unos miles de personas. Pero eso es lo que mandan las leyes relativas a la mal llamada fiesta nacional, porque somos muchos los nacionales que no la creemos ni fiesta, ni nacional.