Lunes. Primer día de la séptima semana de confinamiento. Nos hemos despertado con la triste noticia del fallecimiento de Francisco con solo 58 años, que ha muerto de ELA, una enfermedad devastadora que ahora, como todas las demás, no pasa ni tan siquiera de puntillas por nuestras vidas. Da igual que te mueras de ELA, como de cáncer, como de un ictus, como de un infarto al corazón. Si te duele la cabeza o tu nariz moquea, te tomas un paracetamol. Si las pantallas dañan tus ojos, colirio al canto. Te cuidas tú porque todos los demás cuidan solo del coronavirus, del covid o de la covid, que ahora los de la RAE están estudiando si es femenino o masculino o hermafrodita.

El coronavirus, la desescalada, la asimetría, la pandemia, la nueva normalidad, términos que forman parte de una jerga común que todos entienden. Que en este país está pasando como cuando solo teníamos en la boca la palabra Ibex 35; jergas que se unen a nuestro cada vez más amplio diccionario. Eso sí, hay cosas que no cambian, como lo de llamar a Vodafone para que te cambien la titularidad de una línea, esa que te acompaña desde hace 22 años, y que sigue siendo un infierno porque te pasan de operador a operadora y seguro que acaba el corona y siguen pasándote de operadora a operador y aún no eres dueño de tu linea, como tampoco lo eres de tu destino.

Hay algo que sí ha cambiado. Y es ya no suenan pasos a deshora, ni la puerta del frigorífico a la tres de la mañana, ni los dibujos animados a medianoche. Desde ayer los patinetes de la casa pueden circular por Cánovas. Al fin, los niños duermen.