Cáceres es la ciudad de los secretitos y de los inocentes. En la ciudad feliz , en cuanto te descuidas, alguien te viene con un cuento, te lo relata pormenorizadamente y después de regodearse en detalles y elucubraciones, te hace un ruego desesperado: "Pero por favor, no se lo digas a nadie".

En Cáceres, si te han visto con un exnovio por la calle es porque has vuelto a liarte con él, si te han pillado discutiendo con tu mujer es por una cuestión de adulterio, si una tarde te vieron tomando un gin tonic es porque le pegas a la bebida y si te descubren paseando sola por Cánovas es porque te acucia una depresión de aúpa.

El marido de Paquita

Pero lo peor no es que te sentencien sin pruebas, sino que además, van y lo cuentan. Eso sí, lo hacen con mucha ceremonia y mucho ruego, como si así se exculparan de los pecados de falso testimonio, calumnia y comadreo: "Pues últimamente, el marido de Paquita se viste con ropa juvenil y está todo el día haciendo deporte. Yo creo que tiene algo. Pero por favor, no se lo digas a nadie".

Y ya está liada porque con ese tiene algo tan indefinido y misterioso el pobre marido de la pobre Paquita ha quedado sentenciado. Nadie va a pensar que ese algo es el colesterol que lo empuja a correr como un descosido. Tampoco se cree nadie que ese algo sea su gusto por la ropa alegre y rejuvenecedora. No, en la ciudad feliz , cuando se dice que alguien tiene algo es porque tiene un lío.

A pesar de que esta costumbre del pasa la bola es una tradición muy arraigada, los cacereños, además de cotillas, son muy inocentes y piensan que el nuevo depositario de su secreto no se lo va a contar a nadie. ¡Ilusos! Por mucho que roguemos discreción y por muchas fórmulas que usemos del tipo te lo digo en confianza , esto sólo lo sabes t ú, que no salga de aquí , etcétera, al final pasa todo lo contrario.

Es despedirte de quien te confió el secreto y, sin que haya doblado la esquina, estás llamando a todo el directorio del móvil: "No tienes ni idea de lo que me acabo de enterar. Te vas a caer de espaldas. Yo me he quedado de piedra. Es increíble. Todavía no me he recuperado de la impresión...".

Porque esa es otra. Los cacereños somos maestros en preparar el terreno para las confidencias: ponemos anzuelos con maestría, excitamos la curiosidad como nadie y, además, nunca defraudamos al interlocutor: "Pues fíjate, me he enterado de que el marido de Paquita se viste con ropa juvenil y hace mucho deporte".

Al otro lado del teléfono responderán: "No me lo puedo creer. Eso es que tiene algo". Es en ese punto donde hay que hacer el ruego que te libera del sentido de la culpa: "Pero por favor, esto te lo cuento en confianza y sólo lo sabes tú. No se lo digas a nadie".