Un día, lejano, la voz del muecín, desde el alminar, rompía los cielos cacereños llamando a los creyentes para que acudieran a la mezquita a cumplir con el arkan de la salat las cinco veces diarias que el profeta marcó tras su ascensión al paraíso. Los musulmanes cacereños subirían hasta el punto más elevado de la ciudad, realizarían las abluciones, y pronunciarían la Sahada : La ilaha illa allah wa muhammad rasul allah (no hay más dios que Dios y Mahoma es su profeta).

Un día San Mateo fue mezquita, pero tras la reconquista de Alfonso IX, ya fueron otros los rezos y en lugar de lo antes dicho, los cacereños cristianos entonaban algo similar: Credo in unum Deum . Dios se manifiesta de maneras múltiples, como dice San Pablo.

Esta iglesia enorme, maciza, con contrafuertes, pináculos y gárgolas, en la que no queda ningún resto del templo agareno que no sea la situación, ha sido testigo de cómo los cacereños han adorado a Dios de modos y maneras diversos. La contemplamos desde la plaza, donde, con seguridad, un día se situó el patio de la aljama.

San Mateo es una gran mole, inmensa, altísima, con una fábrica notable de cantería, únicamente desvirtuada por los materiales constructivos de la torre concluida en el XVIII y que contrasta con la espadaña situada al lado de la Epístola y que substituyó a la torre gemela que nunca se construyó, lo que hubiera dado al templo una fachada en hache.

Tenemos noticias documentales de la iglesia desde comienzos del siglo XIV, y aquí en 1345 se funda la Orden del Salor. Pero la reforma que inicia Pedro Ezquerra en torno al 1500, y que se prolongó hasta bien entrado el siglo XVII, borró todo resto de las anteriores construcciones. La portada, plateresca, se ha atribuido a Guillén Ferrant y su posible datación es de 1546, aunque se intuye, a la izquierda del espectador, la portada antigua. Junto a ella el saliente de la escalera de caracol por la que se accede al coro. El interior es de planta de una única nave, con testero plano, coro y capillas laterales, teniendo mayor volumen aquellas del lado del Evangelio.

El retablo

En el presbiterio el gran retablo de Vicente Barbadillo, de madera vista, sin estofado ninguno, que contrasta con la policromía de las imágenes, que desmerecen el valor verdadero de la obra, en la que parecen estar insertadas con calzador. El manifestador es una verdadera delicia y en él se aloja el Santísimo Niño de la Congregación.

Si el exterior es austero, el interior presenta verdaderas maravillas, aunque las dos reformas que sufrió el templo en el siglo XX destruyeron y destrozaron partes importantes del patrimonio. En la realizada en la década de 1910, se produjo un verdadero baile de sepulturas y capillas, insertando unas en otras y destrozando las voluntades de los fundadores de las mismas. Una vez más, la historia de Cáceres recibió un rejón de muerte.

Otra reforma, llevada a cabo años más tarde por el párroco Emeterio Hierro, supuso una nueva retirada de lápidas y enterramientos. Desmán tras desmán. Sobreviven capillas de diversas ramas de los Ovandos en el lado de la epístola: En el presbiterio la estatua yacente de Francisco de Ovando y el sepulcro de los Marqueses del Reino. En la capilla construida en 1913 por los marqueses de Camarena, se alberga el Amarrado, salido de la mano de Font y donada por Justa López-Montenegro en esa fecha. En otra, la Oración en el Huerto, grupo de Arqués donada en 1898 por la familia Fernández de Castro; bajo el coro, la moderna Virgen de la Victoria.

Al lado del Evangelio la capilla de San Benito, que perteneció a los señores de la Arguijuela de Abajo y en la que se encajó la sepultura de los de la Arguijuela de Arriba, todo queda en familia. Allí está la Dolorosa de la Vera Cruz, obra de Antonio Vaquero de 1954, la maravillosa capilla de los Sande, marqueses de Valdefuentes, diseñada por Gil de Siloé sobre modelos del Vignola, la más espectacular del templo y que hoy alberga la sacristía. Capilla de Santa Catalina, de los Saavedra del Postigo, que alberga hoy los Corazones de Jesús y María, a continuación el moderno baptisterio y finalmente la capilla de los Topete, donde se instalan dos interesantes altarcillos, uno con una Anunciación y el del Santísimo Cristo de la Encina, verdadera maravilla que merecería en sí mismo un artículo. En ella también está el beso de Judas, del que no diré palabra.

Otros tesoros como un cáliz renacentista o la cruz de Jacobo de la Rúa no están a la vista. Atalaya vigilante, con aspecto de fortaleza inexpugnable, testigo de hombres que amaron a Dios bajo formas distintas. Un año más pasa por ella, un año más pasa por todos, a la eternidad eso le importa poco, nosotros viviremos un perpetuo hoy prolongado hasta la muerte, sin promesas de año nuevo que caducan, presentes que cancelan el futuro, futuros que no anulan el presente.