Son las 12.30. Las puertas del comedor social de la Milagrosa, en una calle poco transitada del casco antiguo, se abren. Las voluntarias no pasan lista a quienes entran, pero conocen los nombres aunque, en muchos casos, desconocen su situación. Cada uno de los usuarios del comedor toma una bandeja. Ayer había cocido, a pesar del calor, quizá su único alimento hasta el día siguiente. No necesitan compasión. Necesitan comida.

Manuel es uno de ellos. Prefiere no dar su nombre real. Tiene 54 años. A la salida del comedor, explica que vive solo y lejos del lugar que, eventualmente, le proporciona lo que no tiene, una salida, una bendita salida para llegar a fin de mes. "A veces ando mal porque cobro una pensión contributiva, que no me da para llegar a fin de mes, por eso vengo de vez en cuando a por comida", dice este usuario, que asegura que no recibe ninguna ayuda porque no tiene familia.

La situación de las personas que comen de la caridad de las hermanas no es ni por mucho similar, pero tienen un punto en común: la necesidad. Otro usuario, que pide ser llamada Inés porque prefiere no dar su nombre real, cuenta que en noviembre se cumplirán dos años desde que empezó a venir al comedor. "Me hace falta para poder pagar la casa, la luz y el agua, porque no me llega. Por eso tengo que venir", afirma.

Salir adelante

La mujer, de 58 años, añade que pasa por muchas dificultades, sin querer desvelar más datos de su vida privada. En el comedor también se enteró de la iniciativa de los cafés solidarios, que agradece enormemente y que le permite tomarse uno gratuito en un bar de la ciudad.

Zaskia, otro nombre inventado, es una chica de 18 años que sale la última del comedor social. "Me he ido de casa", responde cuando se le pregunta por su situación. "Ahora mismo estoy compartiendo piso y trabajando. Venir a comer aquí me supone un ahorro. Es una ayuda importante" concluye.

A la una y cuarto las mesas ya están vacías. Un día más, las Hijas de la Caridad han logrado, con la ayuda de voluntarios, su reto diario: que haya personas sin el estómago vacío. Una primera necesidad que se ha convertido en un objetivo por la que seguir luchando con alimentos. Hoy, de nuevo, Zaskia, Manuel e Inés volverán al lugar donde saben que siempre tienen un plato seguro.