"Somos pobres y tenemos que estar en la calle". Benigno Marchena Salgado, cacereño, indigente, se confiesa alcohólico y asegura que está en Calvo Sotelo porque no le queda otra salida. Son las seis de la tarde y al parque comienzan a llegar madres con niños, abuelos con nietos y turistas que admiran algunos de los edificios modernistas que asoman por el que se considera el paseo más recorrido de toda la capital. Entretanto, a la sombra del parque, la otra cara de Cánovas, la más repudiada, la más rechazada, a la que casi todos dan la espalda. Benigno hace de portavoz de ese rostro de la pobreza: "Nosotros no molestamos a nadie y no tenemos a donde ir, nada más que aquí y al comedor de las monjas; ellas nos dan la comida".

Benigno comparte su cartón de vino con el resto de compañeros de banco (hoy son siete u ocho). F. J. B. C. --se identifica a EL PERIODICO de esta manera-- tiene 45 años y lleva desde los 18 metido en la droga. Asegura que su estancia en Calvo Sotelo le distrae de esa dependencia que le arruinó la vida. "Estar aquí me aleja de la drogas. Por poco dinero bebo cerveza y consigo quitarme de la mirada esa mezcla de coca y de caballo", explica mientras continúa su razonamiento: "Creo que para los niños es un mal ejemplo nuestra presencia en el parque, pero la gente tiene que saber que si estamos aquí es porque no tenemos a donde ir. No nos llega el subsidio de prestación y no tenemos para pagar una vivienda digna , como dice Zapatero".

Mientras F. J. B. C. habla, una pareja, también de los habituales de Calvo Sotelo, se besa en el césped. Acostados, uno sobre el otro, se demuestran su amor. Cuando terminan, ella se agacha, desliza por las piernas su ropa interior y micciona en el jardín junto a una bolsa de papel en la que guardan sus pertenencias. Miran y se marchan.

"Estamos todos enfermos, dormimos en la calle. Unos somos drogadictos, otros alcohólicos, otros seropositivos", dice otro hombre de mediana edad que también se suma al grupo. "Dormimos en la calle, fuera del parque, pero en la calle", reitera.

Benigno entra de nuevo en la conversación. "La policía local se porta bien con nosotros. Nos tiran la bebida, pero no son malos". Y concluye: "Estamos aquí desde que sale el sol hasta que se pone. No tengo trabajo, no tengo nada, solo tengo a Dios, al cielo, a la tierra y a las estrellas".