Hay propuestas para acabar con el botellón que te hacen llorar. Una de ellas consiste en acudir a clases nocturnas para sacar el carnet de conducir. O sea, que una persona normal necesita unas horas semanales durante dos meses y nuestros jóvenes todas las noches del fin de semana durante su etapa evolutiva. Porque si sólo se trata de una hora y un par de meses no estamos hablando de solución, sino de enredo y pérdida de tiempo. Luego la conclusión es que nuestros jóvenes, además de no tener imaginación para encontrar alternativas, son muy torpes.

Y si son tan torpes, más eficaz sería ofrecerles el título de ingeniero de teleco nocturno, que dada su dificultad ocuparía su juventud y hasta su senectud. Pero si los jóvenes son torpes los concejales de Juventud se pasan de listos. Es que hay que ser muy listos para concluir que, tras días de trabajo o estudio, lo que desean los jóvenes es sacarse un carnet. Uno pensaba que era divertirse.

Y como uno conoce a jóvenes y los valora, sabe que cuando deciden divertirse no necesitan de ningún concejal que les aconseje ni que les busque alternativas. Porque quienes desean una diversión que no precise del excesivo alcohol ni acabe en vandalismo, son lo suficientemente inteligentes, voluntariosos y cívicos para lograrla. Y quienes no desean ninguna otra, con seguridad que no la encontrarán atractiva por mucho que imagine el concejal. ¿No habíamos quedado en que la forma de diversión la deben diseñar los propios jóvenes, acompañados por sus familias? Quizás sería conveniente que algún concejal se sacara el carnet de Fórmula Uno para hacerle los recados al alcalde con más celeridad.