Durante la última semana, la ciudad feliz ha aparecido dos veces en los telediarios: una, con motivo de un reportaje sobre su festival de teatro clásico; la otra, cada mediodía, para proclamar nuestro raro privilegio de soportar las noches más calurosas de España. La sequía y el calor son los enemigos ancestrales de Cáceres y la falta de un río que nos ampare ha llevado la ciudad feliz al guiness apócrifo de la calentura nocturna, de las camas sudadas y el insomnio perpetuo.

Las crónicas históricas de la ciudad feliz están llenas de referencias a la sequía y a las olas de calor. Se sabe de una canícula muy feroz, allá por el año 1545, que amenazaba con dejar sin comida a los animales y a los ciudadanos, pero los cacereños sobrevivieron gracias a las bellotas, fruto basto, pero nutritivo que, curiosamente, abunda en los años de sequía.

A base de bellotas

Lo cierto es que la ciudad feliz , haciendo honor a su sobrenombre, ha sabido siempre sobrevivir a las desgracias, ya sea a base de bellotas, ya sea acomodándose a las circunstancias. Hoy, todo es más fácil gracias a esos aparatos de aire acondicionado que convierten la almendra urbana en un infierno. Antes, se luchaba con armas más naturales.

La más socorrida era el paseo por las afueras, buscando el solaz fresquito de San Francisco y la Ribera del Marco. Por las huertas de este arroyo cacereño paseaban las muchachas. Eran piropeadas y agasajadas por los hortelanos, que les regalaban frutas y ramos de albahaca para que se adornaran. El paseo de San Francisco era otro espacio para el refresco gracias a las donaciones forestales de los ricos.

Aún hoy, las orillas de la Ribera del Marco siguen gozando de un microclima sorprendente que hace muy agradable aquella zona. No hay más que bajarse a Fuente Fría para notar cómo la temperatura desciende unos grados y la naturaleza verdea y reconforta. En las noches cacereñas, los bancos de esta zona verde son los más solicitados por las parejas y las pandillas.

Para entender la importancia del calor y la sequía en la historia cotidiana de Cáceres, baste recordar que la primera vez que bajó la Virgen de la Montaña fue en 1642 y lo hizo, precisamente, para impetrar la lluvia en un año de particular sequedad y altas temperaturas.

Contra estas inclemencias meteorológicas, los cacereños han tenido siempre el socorrido recurso del baño. Durante años, los muchachos de la ciudad feliz se bañaron en el manantial del Marco, antes llamado Fuente del Rey. Hasta que se inauguró la piscina de Falange en los años 50, en la zona del Espíritu Santo, también se refrescaban en el Marco los reclutas que, a cambio del baño, limpiaban la laguna de maleza y cieno.

En la piscina de Falange, como ya hemos recordado en alguna ocasión, el obispo Llopis impuso la norma de los baños por turno: por las mañanas, los hombres y por las tardes, las mujeres... Y viceversa. Otra curiosidad de aquellas piscinas es que en los vestuarios se alquilaban bañadores sin que a nadie le pareciera aquello una costumbre poco higiénica.

Esta semana, el nuevo presidente del PP, Diego Santos, apuntaba que uno de los principales problemas de la ciudad feliz es el abastecimiento de agua. En eso, Cáceres no ha cambiado mucho. La falta de un río ha convertido la cuestión del agua en tema capital. Durante siglos, se solucionó gracias a las antiguas aguadoras, que con sus cántaros en la cabeza, sobre la famosa rodilla de paño, o al cuadril componían estampas bíblicas.

Tras muchos dimes y diretes, el agua llegó a las casas cacereñas un 16 de julio de 1900. En Badajoz ya llevaban 20 años gozando de ese servicio. Hoy, al igual que hace 20 siglos, el agua y las noches calurosas siguen siendo los inconvenientes más graves de vivir en la ciudad feliz . Lo del calor no tiene remedio, lo del agua, sí.