Por si no hubieras hecho el ridículo a lo largo del año, ahora tienes la oportunidad de hacerlo sobradamente. Vas a pagar un pastón por un menú que cualquier otro día del año te costaría la mitad o por una orquesta a la que nunca escucharías. Tardáis en salir de casa más de lo habitual porque antes tienen que arreglarse los adolescentes, que si un día cualquiera visten como auténticos pordioseros esta noche van como figurines. Ellos de traje azul, con corbata, porque le haces tú el nudo, gomina. Ellas como diosas tras las discusiones acerca de si el vestido le va o no le va, si es de fiesta o de funeral y si el maquillaje está bien repartido. Una vez los has echado de casa resta prepararse el matrimonio. Bueno, a ella, porque tú tardas un suspiro.

Llegas al cotillón en cuestión y te cambian el abrigo por una bolsa. El cambio además te cuesta un dineral. Pero ya dispones de los útiles para hacer el idiota. Un gorrito, un matasuegras, una bolsa con papelillos y unas cintas de colorines. Calculas las copas que debes tomarte antes de colocarte tales aditamentos sin que te pongas colorado. Y a bailar. Si no has ido a una academia nadie reparará en ti, pero si has aprovechado el año habrás asistido a ella, harás toda clase de movimientos, vueltas y revueltas y serás la admiración del personal. Alguna esposa propinará un codazo a su pareja: "Lo ves. Este año tienes que venir conmigo a una academia".

Pero llega otro año y puesto que no has sido un ejemplo de persona piensas en la rectificación y comienzas a prometer. Primero, dejar de fumar, que no se te olvida desde hace treinta años. Lo malo no es que lo prometas, es que se lo dices a la gente y a lo largo del año te lo van a recordar con recochineo una y otra vez. ¿Por qué no pruebas a no prometerlo este año a ver si de esa manera lo dejas?