Llevo unos días fuera de Cáceres. Como buen viajero (recuerden: viajar y leer; he ahí dos cosas, entre otras, por las que merece la pena el asunto) me empapo bien de lo que veo a mi alrededor, por si no vuelvo.

No sé qué pensará usted, pero a mí me parece que conocer otras costumbres, otras opiniones, otras maneras de ver la vida, te abre la mente y te hace más tolerante. Es un aprendizaje "a la fuerza" del que no puedes escapar a menos que te anestesies y te encierres en una cápsula. Y si yo siento esto como adulto, imagínese usted lo que pensarán los 33 alumnos de 15 años viviendo esta experiencia alojados en familias francesas.

No sabría establecer una equivalencia, pero, ¿cuántas clases entre cuatro paredes serían necesarias para enseñarles todo lo que están aprendiendo? Hágase usted la cuenta y convenga conmigo que estos alumnos tienen el privilegio de participar en una actividad que tardarán mucho tiempo en olvidar. Pero todo tiene su cara b, e incluso los ya acostumbrados, reconocemos sentir cierta morriña cuando estamos fuera de casa.

Obviando los temas afectivos que forman parte de la intimidad de las personas y cada uno los administra como puede, si usted estuviera nueve días visitando una ciudad francesa de, por ejemplo, millón y medio de habitantes, ¿qué echaría de menos? Quizá lo primero sería la tranquilidad, ese bullicio ruidoso pero controlado tan familiar en esta época del año en la que los cacereños se echan a la calle para disfrutar del tiempo.

Sin ninguna duda, extrañará no ir saludando por la calle a medida que se va encontrando con conocidos y amigos, algo tan natural y tan arraigado en nuestra ciudad. Se sorprenderá, si es tan madridista como yo, preguntando los resultados de fútbol y baloncesto de su equipo favorito, ¡esa histórica envidia deportiva de los franceses! Paseará por calles, mercados y plazas, apuntando ideas por si acaso, sabiendo que siempre hay algo por inventar. Y, cuando después de un largo día de visitas y explicaciones, se siente en la "Place du Capitole" a tomar una cerveza con sus compañeros de fatigas, recordará con merecida envidia algunas tapas de su bar favorito mientras, en una suerte de mimetismo irremediable, habla del tiempo para no agotar conversaciones.