Separado del Palacio Episcopal por la Calle del Arco de la Estrella se alza la rotunda construcción del Palacio de Mayoralgo, bajo cuyos cimientos han aparecido importantísimos restos desde la época romana hasta el siglo XIX, habiéndose convertido en un documento imprescindible de la historia de Cáceres: un ninfeo, una cisterna, restos posibles del foro, habitaciones, calles medievales de las que sólo teníamos constancia documental y el espectacular torso en bronce y oro. Durante siglos, y como aviso de lo que allí se escondía, estuvo una estatua romana que fue recientemente trasladada al Museo Provincial.

Este es uno de los solares más antiguos y que durante siete siglos y --hasta su venta-- fue residencia de una misma familia, los descendientes del legendario Juan Blázquez, conquistador de Cáceres. Quizá fuera éste el solar de los Pérez, una de las primeras familias de colonos que repoblaron la Villa en aquellos tiempos en que el Fuero prohibía el asentamiento de nobles. Blasco Muñoz fundó el primer mayorazgo de Cáceres en 1320. El sonoro pleito que se estableció entre Juan Blázquez el Gordo y Diego García, hizo que a éste último --ganador del mismo-- se le comenzará a denominar el del mayorazgo y de ahí a la corrupción fonética que dio apellido a la familia hubo sólo un paso. Señores de la Torre de Mayoralgo, alcanzaron el condado --con idéntica denominación-- en tiempos de Carlos IV, concesión en la que influyó el parentesco con el favorito Manuel de Godoy. Los Mayoralgos estuvieron presentes en la vida pública cacereña durante siglos.

La bomba de la guerra

El Palacio de Mayoralgo, como la mayor parte de las construcciones cacereñas, es fruto de la integración de varios inmuebles. Lo que hoy es el jardín fueron en su día las Casas del Maestre, pertenecientes a la madre de Gómez de Solís. La fachada lateral forma parte del solar de una de las ramas de los Aldana, cuya portada gótica se reabrió a la mitad del siglo XX y cuya torre se situaría hacia la esquina de la Plaza de Santa María. Las casas originarias de los Blázquez serían aquéllas que se situarían hacia la Cuesta de Aldana, con dos torres, una que se integró en la fachada principal y otra en el actual jardín, que se ha reconstruido en la actual reforma. La entrada a la casa se realizaría por un fondo de saco --hoy desaparecido-- que partía de la Calle de la Estrella.

La fachada principal es espectacular, aunque reconstruida después de la bomba que sobre el palacio cayó en la Guerra Civil, y se levantó entre 1534 y 1538, en esa época en que muchas construcciones perdieron su carácter de casa-fuerte y se rediseñaron con aires palaciegos. En esa altura desaparecieron las dos torres que daban a Santa María.

Amplia portada de medio punto, con grandes dovelas planas, dos hermosos balcones de ajimez y el espectacular blasón de los Mayoralgo, que milagrosamente cayó entero. El escudo presenta yelmo con un león por cimera y lambrequines haciendo atauriques y gruteschi. Las armas son excepcionales en la heráldica ibérica, en campo de oro media águila de sable media torre al natural. Esto es, un partido dimidiado del que pocos casos se encuentran por estos pagos. Bajo el blasón, una inscripción sacada de dos versículos del Antiguo Testamento y que hace alusión al mismo: Esto nobis turris fortis et renovavit, sicut aquilae, juventutem nostram .

Una reforma modélica

Los Condes de la Torre de Mayoralgo cambiaron Cáceres por Barcelona en la primera mitad del pasado siglo y sus parientes vendieron el palacio al Estado en la década de los noventa. Adquirido por Caja Extremadura, volvió esta entidad a su lugar de nacimiento, puesto que aquí se firmó el acta de constitución de la Caja de Ahorros de Cáceres en 1906, cuyo padre fue José Miguel de Mayoralgo, Conde de Canilleros.

La reforma del palacio, llevada a cabo por el equipo de José Fernández Salas, es espectacular, modélica e impecable. Se han combinado acertadamente elementos contemporáneos, se han integrado los restos arqueológicos y se han rescatado elementos escondidos tras alguna de las múltiples reformas a las que se sometió al edificio, como, por ejemplo, el patio mudéjar, del que sólo eran visibles dos de las arcadas. Creo injustificadas las críticas que se han vertido, puesto que cada momento histórico debe dejar --con respeto hacia el pasado y criterio riguroso-- sus huellas sobre la ciudad. Reformas mucho más profundas e irrespetuosas se hicieron a los palacios en siglos anteriores y hoy se ensalzan. No debemos idealizar un pasado que nunca existió, excepto en la imaginación de algunos.

El palacio alberga una espectacular colección de arte, mobiliario y antigüedades. Donde antes se lucían orgullosos los escudos nobiliarios hoy se imponen los logotipos de las instituciones, porque todo pasa en esta vida y nada es permanente, excepto la eternidad.