Hace unos días asistí a misa y me llevé una gran alegría. Resulta que en una iglesia con capacidad para varios centenares de personas estábamos 73 y el varón más joven era yo. Frecuentaré mas las iglesias. Al salir me entero de que en Cáceres se van a abrir al culto en poco tiempo varios templos nuevos. O sea, ahora que la gente no acude a ellos se abren más. Lo cierto es que está aumentando el abandono de una cierta clase de religiosidad, la que se basa en la observancia de unos mandamientos eclesiásticos y tiene su privilegiada expresión en la pastoral de los sacramentos, cuya virtualidad no traspasa las puertas de las iglesias por lo que su repercusión en las conductas sociales es escasa o nula. Además el discurso, que la mayoría de las veces es improvisado, no conecta con las necesidades de la sociedad actual, suena añejo y desde hace un tiempo es el trasunto de un partido político. Como consecuencia, y dado que no existe alternativa, el creyente mira hacia su interior y cada cual configura una religión a su medida. Incluso distingue entre el mensaje y las prácticas de Jesús de Nazaret y los de la Iglesia Católica. Y si los compara ya sabemos quien saldrá perdiendo. Parece pues que antes o a la vez que se construyen los templos sería necesario replantearse la acción pastoral, volver al mensaje primigenio y abrirse al mundo.