Arturo Galán Manzano, de 49 años, lleva tres décadas dedicado al sector funerario, primero en una empresa familiar muy conocida en la ciudad, Adarve, a continuación como el primer profesional que realizó incineraciones en Cáceres, y ahora como responsable del funcionamiento del crematorio. Su larga experiencia en el ámbito funerario le han hecho comprender "que la muerte está ahí y tiene que venir, es tan natural que no debe asustarnos, igual que no asusta el nacimiento, aunque quizás habría que temerlo más porque ya sabemos lo que te puede esperar aquí...".Durante los últimos años, Arturo se ha convencido de que la opción de la incineración es la más acertada. "Antes no la conocíamos bien en Cáceres, trasladábamos los cadáveres a otras localidades, pero desde que existe el crematorio he comprobado que es la mejor alternativa, personalmente me ha abierto los ojos. Además la solicitan personas de distintas edades, no hay un perfil concreto o un grupo de edad determinado, eso me ha llamado mucho la atención", indica. En Cáceres se realizan unas 170 cremaciones al año, un número todavía bastante por debajo de la media nacional, pero los servicios van en aumento.En sus 30 años de trabajo, Arturo ha constatado que la generación posterior al difunto acude a visitar y cuidar su tumba, y va renovando la propiedad del nicho. Luego llega el olvido. "Es lógico, por eso crece el número de personas que prefieren la incineración y reposar desde el principio donde más les guste, donde elijan". De hecho, mientras Arturo atendía a EL PERIODICO estaban programadas para esa jornada seis cremaciones de restos de difuntos enterrados hace décadas. "El familiar más directo tiene 86 años, sabe que cuando falte, nadie más visitará a sus muertos, por eso los incinera. Cada vez más gente toma esta decisión", declara.La entrega es duraLa obviedad de la muerte no impide que Arturo y su equipo, pese a su experiencia, sean insensibles, y menos al dolor de los familiares. En el caso del crematorio, el momento más duro es sin duda la entrega de las cenizas, porque simboliza como ningún otro el final de la vida. "Para nosotros también es un mal trago, por eso las llevamos incluso al domicilio familiar buscando un trato más directo, menos traumático".Por todo ello, Arturo Galán confiesa que no ha tenido nunca pesadillas con su trabajo. "El trato que le damos al difunto es tan exquisito, tan responsable y respetuoso, que no se nos ocurre pensar en cosas extrañas, no hay lugar a remordimientos o temores, y no solo lo pienso yo, también el resto de compañeros", desvela.