TAtnte muchos pasajes de la historia de España, exclamamos: "¡Nunca más!". Y es que nos sale este espontáneo y visceral rechazo al rememorar, con estupor, algunos sucesos que nos produjeron grandes daños, ya causados por guerras intestinas, ya por agresiones del exterior, o bien por desencuentros entre españoles. Pero surge un grito, especial, de ese "nunca más", cuando recordamos la gran tragedia de la guerra civil española, durante 1936-1939, iniciada el 18 de julio de 1936, hace ahora 72 años.

El país, zarandeado por una lamentable situación socio-política, sufría un golpe de Estado, dado por una parte del Ejército, que se sublevaba contra el régimen legítimo de la República. Régimen que, en su advenimiento, "estallaron todas las esperanzas", al decir del historiador, Santos Juliá, mientras los ciudadanos, con alborozo inenarrable, llenaban las calles de pueblos y ciudades, el rey Alfonso XIII se marchaba entre coplas hostiles y eran aclamadas las nuevas autoridades. Se instauraba, así, en España un régimen democrático, que era "como un regalo de la primavera". No se trataba, pues, sólo de un simple cambio de régimen, sino de todo un "cambio de vida", en la que todos teníamos cabida.

Pero ese sueño que, al fin, se hizo realidad, años después quedaría truncado, las esperanzas rotas y un desaliento general estremeció al país. La nación se alzaba en armas, mientras Cáceres se convertía en una ciudad "de pólvora y sangre", según escribe el periodista, J. Pérez Mateos. Y atónita e incrédula, no salía de su estupor, cuando, a las 11,30 de la mañana del domingo, día 19, y al toque del himno de Riego, el comandante Linos Lage, desfilaba desde cuartel del Regimiento Argel, al mando de un centenar de soldados, por las calles de Canalejas y General Ezponda, con dirección a la Plaza Mayor. Quedaba declarado el Estado de Guerra, ametralladoras estratégicas montaban guardia y los insurgentes tomaban los puntos clave. Cambiaba todo de decoración. El día 21, el que fuera gran Alcalde de Cáceres, elegido democráticamente, dejaba de serlo. Y, al año siguiente, en la Navidad de 1937, sería fusilado, ante el asombro de toda la ciudad. Silencio, miedo, persecución y "paseos". (Un episodio más de la tragedia que narra, en su reciente libro -"Tragedia y represión en Navidad"(2008)-, el profesor J. Chaves Palacios). Meses después, el 23 de julio de dicho año, tenía lugar un bombardeo de la aviación republicana, causando la muerte de 36 personas, cuando ya los sacos terreros habían cegado los soportales de la plaza que, durante años, se llamaría Plaza del General Mola.

Tres años después, el 1º de abril, se abría el paréntesis franquista, bajo un régimen dictatorial, que duró 40 años. Fenecido éste, comenzaba la democracia, en la que volvían a estallar todas las esperanzas, porque el gobierno de Suárez haría encaje de bolillos en la Transición política, al tiempo que surgía en todo el país, según el Rey, Juan Carlos I, "grandes dosis de generosidad, para evitar dogmatismos y protagonismos, sin que nadie se sintiera excluido".

Esa unidad fue nuestro más preciado tesoro, al haber posibilitado la etapa más brillante de nuestra nación, la que, por otra parte, ha vibrado en apretada piña, con ocasión de nuestro triunfo en los campos de fútbol de Europa. Que dure siempre ese viento de unidad, a pesar de que, contumazmente, la siguen obstaculizando los nacionalismos y la quiere destruir el terrorismo de ETA.