Este último mes de Octubre, recientemente fenecido, se ha venido caracterizando por su inmoderación, su rebeldía y sus formas poco «patrióticas» para responder a los viejos problemas que viene padeciendo nuestro País. En mis tiempos infantiles y juveniles, Octubre era el mes del orden y de la «adhesión inquebrantable al Jefe del Estado». El mes que comenzaba con el «Día del Caudillo», por haber sido el primero de Octubre de 1936 cuando Franco había sido designado por el resto de sus generales como «Generalísimo» de los ejércitos nacionalistas y «Jefe del Estado» de la nueva nación «fascista» que nacía con la guerra provocada por él. Era el día de los funcionarios con «camisa azul» haciendo reuniones en las instituciones para la «recepción oficial»- presidida por los Gobernadores Civiles y «Jefes Provinciales del Movimiento»- para recibir en su nombre este homenaje de sumisión y obediencia. Era el mes de la «Hispanidad», lleno de resonancias y connotaciones históricas; el del «misticismo teresiano» y de otras reminiscencias atávicas.

Pero era también el mes en el que empezaban las clases en todos los centros de enseñanza, reuniendo en aulas y «paraninfos» de los centros educativos a profesores, alumnos y libros, bajo el crucifijo y el retrato de Franco, para iniciar las tareas propias de cada nivel.

¡Oh témpora, oh mores!. Igualmente, octubre era el mes de las vendimias, de las castañas asadas, de las primeras lluvias del otoño y de los níscalos, trufas, amanitas y boletus correspondientes.

Pero este año 2017 todo ha fallado; trastocando la paz y felicidad del pasado en sobresaltos, cargas policiales, deseos de independencia, e interminables «tertulias» televisivas para contar y repetir hasta la saciedad todas las «simplezas» que se le ocurrieran a cada «tertuliano»; pues los había de todos los «colores» y al final, en vez de «tertulias» parecían «arcoíris».

Comenzó Octubre con el «1-O» - ni caudillos ni adhesiones: «palo y tente tieso»- que se caracterizó por «votar» los catalanes no se sabe para qué; recorrer calles y plazas de Barcelona con papeletas y urnas, y acabar la jornada proclamando «oficialmente» que solo habían podido emitir el sufragio unos pocos; los suficientes para que sus «líderes» entendieran que los catalanes querían ser independientes.

A las votaciones siguieron las manifestaciones. Masivas e interminables. Unos enarbolando banderas «esteladas» y otros con la enseña «roja y gualda», en actitudes radicalizadas, que solamente dejaron de ser violentas por la masiva presencia de agentes del orden entre unas filas y otras. Ha sido, en definitiva un Octubre «politizado», en el que se ha perdido la tranquilidad y reposo de los viejos otoños.

La lluvia que caracterizaba a aquellos viejos otoños ha sido sustituida por incendios devastadores, que han arrasado bosques y praderías, arboledas y montañas, hasta aniquilar paisajes incomparables del patrimonio ecológico nacional. Las castañas de han asado y consumido en los propios castañares. Y la sequía pertinaz y agobiante del pasado octubre, no solo ha afectado a fuentes y pantanos, a charcas y ríos, sino a la eficacia ramplona de nuestros políticos, que no han aportado soluciones a ninguno de los problemas nacionales.

Para terminar nuestra triste crónica mensual, hemos de referirnos a su pintoresco final. Octubre ha terminado con esa fiesta ridícula, estrambótica, irrespetuosa y grotesca, en la que muchos españoles han caído en la torpe imitación de los «gringos»; tomando a las personas fallecidas por «payasos» de comedia, pintados con máscaras truculentas y pringosas; haciendo imbecilidades por calles y jardines, para conseguir mayores ventas y negocios en el mercado global «posmorten».

Siempre ha sido una entrañable virtud «honrar a los muertos» - familiares y amigos - para ahora, en octubre, caer en este «catetismo gamberro» que es «Halloween».