Aprovechando que la noche refresca, decido acercarme a ver el palacio de Godoy. Cruzo las Cuatro Esquinas y, junto a los contenedores, me encuentro con tres hermosos galgos comiendo desperdicios. Me detengo, me acuerdo de los muertos de los sinvergüenzas que los han abandonado y no puedo reprimir que se escape una lágrima y pienso que, quizá, me haya vuelto demasiado cínico, en el sentido etimológico de la palabra. Me miran y me reconozco en la tristeza que yace en el fondo del ojo al sentir la incertidumbre de no tener dueño. Los veranos son todos tan parecidos, tan llenos de abandonos...

Bajo la calle de Godoy, donde, a partir de los años 20, se situó la fuente de la Concordia, que --junto a la de la Concepción-- comenzó a paliar los problemas del abastecimiento, y llego hasta la fachada del palacio que le da nombre a la calle. Quizá el palacio de Godoy sea el único, excluyendo el episcopal, al que --con propiedad-- pueda denominarse así, tanto por su construcción como por sus dimensiones. Justo es señalar que, en las antiguas documentaciones, a lo que hoy llamamos palacios se los denominaba siempre casas, en plural.

En este lugar se ubicaba el solar de los Godoy, antigua y noble familia no demasiado adinerada, por otro lado, hasta que, uno de ellos, Francisco de Godoy, pasó a las Indias (junto a sus primos Lorenzo de Aldana y Perálvarez Holguín, de los que ya hablamos) y fue uno de los conquistadores del Perú, junto a Francisco Pizarro, de quien fue lugarteniente. Sus hazañas son incontables y enormes fueron las riquezas que trajo del Perú, especialmente las procedentes del templo de Pachacámac. Desde América envió sumas a su primo Alvaro de Aldana para que le fuera adquiriendo tierras y bienes.

Regresó a la Villa en 1545 y comenzó las obras de la que sería su casa. Las trazas del palacio las realizó Juan Alvarez, el arquitecto placentino que remodeló el Palacio de Mirabel y posible autor de la portada de San Mateo de Cáceres. La portada de esta casa guarda bastante similitud con la interior del de Mirabel, siendo de medio punto, adovelada y encajada dentro de un arco de triunfo clasicista, con retrocolumnas y entablamento, en cuyas enjutas se disponen las armerías familiares.

Sabemos que trabajó en las obras Jerónimo Gómez en 1549, y Pedro de Marquina trazó el elemento más majestuoso del conjunto: la torre con el soberbio balcón esquinado, con columnas compuestas acanaladas, retropilastras, frontón, bustos en relieve, amorcillos y el espectacular y estilizado escudo sobre el todo. La fachada posee hermosísimas gárgolas y las rejerías y balcones son un verdadero espectáculo.

El patio

Francisco de Godoy (cuyas hazañas fueron inmortalizadas por Ercilla en la Araucana) no vio concluidas las obras de su casa, que siguieron adelante en el tiempo. Su nieto, llamado como él, encargó en 1634 a Juan Díaz Periáñez el patio interior, uno de los más hermosos de Cáceres, quizá mi preferido, aunque eso es difícil de precisar. Presenta dos alturas, la inferior de columnas toscanas y arcos de medio punto, la superior de orden jónico y arquerías escarzanas. El bajo se adorna con blasones, el principal con tondos y bustos, el conjunto se remata con espectaculares gárgolas. Las dimensiones del mismo hacen que, en lugar de tender a la grandilocuencia, el conjunto adquiera una serena dimensión que transmite calma y elegancia, resaltada por la exhuberancia vegetal que en él reina. El zaguán merece atención, así como la escalera noble y algunos de los salones del piso principal que cobijan unos espectaculares artesonados.

La primogenitura de los Godoy pasó a los Roco y, al morir en 1762 el último de éstos, Juan Manuel Roco Golfín, pasó el amyorazgo de la casa a sus primos los Carvajal de la Calle Empedrada, hijos de su tía Beatriz Roco de Contreras. Por cierto, el pacense Manuel de Godoy, Príncipe de la Paz, primer ministro de Carlos IV, descendía de estos de Cáceres y solía presumir de su parentesco con ésta y con otras familias cacereñas, tales como los Mayoralgo.

En el siglo XIX los marqueses de Camarena decidieron vender el inmueble y en él se fundó el Círculo de la Concordia (lo que hoy se conoce, popularmente, como el Club de la Colina), que allí estuvo hasta la guerra civil, momento en el que se cedieron las instalaciones para el Auxilio Social, instalándose en él la Casa Cuna (de ahí el nombre de Casa de la Madre con el que se lo conoce). Más tarde pasó a albergar diversos usos públicos y hoy es sede de los Servicios Territoriales de la Junta de Extremadura.

Un día este zaguán se llenó de alegría y triunfo, y unos ojos --orgullosos-- se reflejaron en otros --agradecidos--, pero el triunfo se cambió en derrota. Después, llegó el ruido y, tras el ruido, el silencio y con él, la soledad. Y la eternidad, tira buzón juguetón y cruel, arrojó a otros brazos aquellos ojos que nunca volvieron a mirarse.