En otras navidades, a estas alturas del año, recién iniciado el último mes, ya tendríamos claro y nítido nuestro plan de choque para las inmediatas Navidades. Sabríamos a ciencia cierta dónde íbamos a cenar, donde viajaríamos o como organizar todo el proceso de regalos y felicitaciones que van unidas a estas fechas. Pero este diciembre de 2020 es diferente. Este año pandémico nos ha trastocado todos nuestros propósitos y quedará para la memoria como un año diferente y raro a causa de un virus que actúa como verdugo contra los más débiles y nos ha cambiado la vida de la noche a la mañana. Serán unas navidades diferentes, más tristes, donde la responsabilidad colectiva nos puede salvar la vida. La ciudad de Cáceres , aunque no fue ajena a las diferentes enfermedades contagiosas que campearon durante siglos por la geografía nacional, es cierto que jamás se vio sacudida , como ahora, por una pandemia que hasta la fecha ha sido la que mayor mortalidad ha aportado a la vieja villa.

La Gripe del 18, apenas si contabilizó poco más de 50 fallecidos en toda la ciudad durante las dos olas, tanto la de 1918 como la de 1919. En estos años la ciudad se empleó a fondo para poder hacer frente a una gripe que causó más de 200.000 personas en toda España. Por esta causa, las ciudades vieron como se ampliaban los padrones de beneficencia donde los ciudadanos necesitados buscaban auxilio, ante la falta de recursos para desafiar las fiebres que llevaban al enfermo a las puertas de la muerte. Estar inscrito en el «padrón de pobres» incluía el poder ser atendido de manera gratuita por los médicos y conseguir las medicinas también de forma gratuita. Aunque no todos los farmacéuticos de la ciudad estuvieron a la misma altura. Algunos se sentían perjudicados a causa la carestía de los medicamentos y productos químicos, que llevaban escaseando desde los inicios de la Gran Guerra, en 1914.

Debido a ello, tres de los boticarios locales se niegan a suministrar medicinas a los enfermos necesitados, a no ser que pagasen los precios estipulados, que cambiaban continuamente. En febrero de 1919, en plena ola de contagios, los farmacéuticos Joaquín Sobella Castel, Esteban Caldera y Francisco Ramos Cadenas, se dirigen al Ayuntamiento para comunicarle su negativa a despachar medicamentos a través de la Beneficencia, apoyándose en las perdidas que le ocasionan los enfermos pobres a los que el ayuntamiento pagaba las medicinas. Años después, en 1921, cuando la gripe había desaparecido, los boticarios en cuestión vuelven a dirigirse al consistorio para ponerse de nuevo al servicio de la beneficencia, siendo rechazas sus solicitudes por la actitud mantenida durante la pandemia A partir de 1921, en previsión de futuras epidemias, se activan las denominadas Brigadas Sanitarias, que aunque ya existían en otras provincias desde los primeros años del siglo XIX, en Cáceres no se habían instaurado. Para ello se redacta un reglamento para poder atender las necesidades sanitarias de los pueblos y ciudades de la provincia cacereña en caso de calamidades.

Estaban coordinadas por un equipo de cuatro médicos, un practicante, dos mecánicos y tres desinsectadores. Estas brigadas se acabaran refundiendo en los Institutos de Higiene que se construirán posteriormente. Sus fines fueron, entre otros los servicios de transporte de enfermos y fallecidos, la desinfección de hogares y edificios públicos, la preparación de sueros y vacunas o el diagnostico de los enfermos. Medidas para que no se volviese a originar otra plaga como la que habían vivido. Tiempos difíciles que desde el presente podemos entender muchos mejor.