Las catacumbas, además de otras cosas, son el símbolo de los cuatro primeros siglos de historia de la Iglesia, de la historia de aquellos que estuvieron más cerca del Galileo que comenzó todo esto, incluso alguno lo conoció. Las catacumbas son testigos de la persecución y de la sangre de los primeros cristianos/as, de aquellos que sabían que si se decidían a seguirlo su vida corría peligro. Las catacumbas representan a una Iglesia perseguida, pobre, humilde, sufriente e incomprendida.

En noviembre de 1965, unos cuarenta obispos (casi todos latinoamericanos) que participaban en la etapa final de Concilio Vaticano II, firmaron un documento en una de esas catacumbas romanas. Dicho pacto, contenía como trece puntos que los obispos firmantes se comprometían a llevar a la práctica. Destacan: llevar una vida «de sencillez, y despojada de posesiones», «fomentar que las obras sociales estén basadas en la caridad y en la justicia», impulsar el «advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos de Dios» y llevar adelante una acción pastoral que constituya un «verdadero servicio».

Hago memoria de este suceso de hace más de 50 años, porque con motivo del Sínodo para la Amazonia que se celebra el Roma, cuarenta obispos participantes en el mismo han vuelto a repetir el mismo gesto. En la Iglesia han pasado muchas cosas desde 1965, pero el espíritu que revoloteaba entonces sigue siendo actual, y sigue siéndolo porque esa es la Iglesia de siempre, desde el siglo primero hasta el XXI y lo que nos queda.

Es lo que llaman el nuevo ‘Pacto de las Catacumbas por la Casa común’. A lo largo de quince proposiciones, apuestan de una forma decidida y concreta por defender toda la creación, comenzado por las personas. Han vuelto a poner de relieve una serie de puntos entre los que os destaco: renovar en nuestras iglesias la opción preferencial por los pobres, denunciar todas las formas de violencia y agresión contra la autonomía y los derechos de los pueblos, establecer en nuestras iglesias particulares una forma de vida sinodal, hacer efectivo en las comunidades que nos han confiado el paso de una pastoral de visita a una pastoral de presencia...

No lo he hecho, pero creo que me costaría muy poco encontrar en las proposiciones de nuestro sínodo diocesano, más de una que casi diga lo mismo.

*Párroco de San Blas