A lo largo de la carrera discente hemos tenido profesores de todos los colores. Unos, ejemplares, de quienes aún conservamos buenos recuerdos, que nos introdujeron con habilidad y sabiduría en el camino de las ciencias, incrementaron nuestros conocimientos y nos abrieron unas grandes perspectivas. Otros, por el contrario, no aportaron nada y no faltarán los que resultaron negativos en nuestra formación y solamente son recordados como ejemplo de lo que no debe ser nunca un educador.

Recuerdo a un profesor de Etica a quien los alumnos llamábamos el Padre Eterno, no solo ni principalmente porque esas dos palabras fueran de las más mencionadas en el aula, sino porque sus clases resultaban interminables y sus explicaciones tediosas. Leía con parsimonia unos apuntes que debió redactar hacía muchos años, tal y como había quedado en la memoria colectiva, que eran editados en "ciclostil" (¡qué cosas!) y los vendía un tal Varona en su "editorial" frente a la Pontificia, donde se podían obtener apuntes de todas las facultades salmantinas, pues no era este el único profesor adornado con tan nefastas dotes pedagógicas.

En alguna página de los apuntes se podía leer: "Ahora cuenta el chiste de...". En efecto, lo contaba. Y encima se reía. ¿Cómo es posible que uno se ría de un chiste que viene contando durante muchos años? Bueno, en este caso desde la eternidad. Este personaje creía cumplir con su deber pero, en todo caso, lo hacía con monotonía. ¿A quién le podía interesar lo que decía? Quizás ni a él mismo. Y si no le interesaba a él ¿podía interesar a los alumnos? Quizás baste con el ejemplo del profesor, porque si muestra entusiasmo y amor por lo que explica es posible que logre despertar el interés de sus alumnos, pero si se engolfa en la rutina, en la repetición exenta de creatividad para él y para sus alumnos, lo más probable es que no suscite interés y sí rechazo.