Muchos de mis amigos, con los que acostumbro conversar acerca de esta desconcertante situación política que padecemos, me suelen preguntar cómo es posible que después de los escándalos que saltan a la prensa día tras día; de las continuas imputaciones que se abren en los juzgados para investigar fraudes, cohechos y malversaciones; de los incontables procesos y procesados que entran y salen --«como Pedro por su casa»-- de las sedes judiciales y de los Tribunales de Justicia, miembros de alguno de los Partidos Políticos turnantes en nuestro país; los ciudadanos sigan apoyando con su confianza, en las encuestas de opinión, a las tramas de bandeirantes y mafiosos que siguen siendo los candidatos perennes --desde hace décadas-- a seguir ocupando las poltronas y escaños de las altas instituciones legislativas.

Yo siempre les contesto con el viejo adagio popular que me repetía mi abuelo: «En el país de los ciegos, el tuerto es el rey». Y no me estoy refiriendo con ello a Felipe VI; que es rey, pero no tuerto. Sino al personaje de sainete que aspira a gobernar, que se hace pasar por tuerto para reinar sobre la masa de ciegos, que no ven ni se enteran de nada, aunque les estén robando sus impuestos, sus derechos, sus salarios y hasta sus pensiones de jubilación.

Muchos de mis amigos se resisten a creer que los españoles hayamos atrofiado gran parte de nuestras facultades, después de tantos años alejados de la democracia y de sus procesos electorales. Tampoco aceptan que, como herederos de Quevedo, de Calderón y de Cervantes, hayamos perdido la sensibilidad ética que daba hartas razones a nuestros ancestros para descubrir a los bribones y sinvergüenzas que poblaban los escaños del gobierno y de la administración de los reyes de la Casa de Austria.

«El mayor ladrón de España, para no morir ahorcado, se vistió de colorado...»

Escribía Quevedo contra el Duque de Lerma, símbolo entonces de la corrupción y del cohecho. Hoy hay personajes sentados en las Cortes con mayores méritos para vestirse de colorado por el montante de sus rapiñas que don Francisco de Sandoval.

«Sueña el Rey que es Rey, y vive con este engaño, mandando, disponiendo y gobernando...»

Añadía Calderón por boca de Segismundo. Pues entonces, como ahora, ni el monarca ni sus súbditos se enteraban de los trapicheos y tejemanejes de sus Ministros para desfalcar las arcas públicas y engatusar a sus súbditos.

Mientras los ciudadanos sigan siendo ciegos, el problema político de este país no serán los votos de investidura ni las abstenciones. Será la miopía general de los votantes. Pues no podrán leer ni siquiera las papeletas de sufragio --lo que implican cada una de ellas y sus consecuencias-- a la hora de introducirlas en la urna para tratar de cambiar los parámetros de la legislatura.

Tampoco creo que sea un problema de gafas, de dioptrías ni del color de los cristales; sino de formación, de ‘Educación para la Democracia’ que tanto odiaba el señor Wert y sigue odiando su sucesor. H