Dice Víctor García de la Concha, el actual Director del Instituto Cervantes, que "la lectura es esencial en la formación de cualquier ciudadano" Es verdad que los valores modernos conceden poca importancia a la lectura, a la ortografía, a la expresión oral o escrita, como podemos comprobar a diario. Y si no me cree, ponga usted un telediario -de cualquier cadena- y preste atención a las intervenciones de algunos personajes públicos. De todas formas, como yo soy muy obediente y creo firmemente en el poder curativo y transformador de la lectura, acabo de leer la última publicación del novelista griego -aunque nacido en Estambul- Petros Márkaris.

Si es usted lector habitual de Márkaris, encontrará los ingredientes habituales de sus novelas: cómo circular por una Atenas caótica; cómo cocinar buenos platos griegos; cómo se desenvuelve el comisario Jaritos profesional y familiarmente y, sobre todo, una crítica ácida pero inteligente -no exenta de sentido del humor- de la ruina económica y social que vive el país heleno, antaño origen de la civilización occidental.

Si, en cambio, no ha tenido usted la oportunidad de leerlo antes, permítame que se lo recomiende encarecidamente; se sorprenderá de la vigencia del relato, de cómo las crisis de todos los países se parecen tanto y de cómo determinados grupos sociales imitan determinados comportamientos. No sé qué pensará usted, pero por mi parte puedo asegurarle que leyendo esta novela -cuyo autor, por otra parte, no oculta sus preferencias políticas- he podido comprender la estupefacción que muestran determinados líderes sindicales para explicar lo inexplicable, la incredulidad y la dureza que reflejan algunos rostros cuando se les exige que rindan cuentas, sorprendidos de que su "lucha sindical" no sea aval suficiente para tapar sus desmanes. Lea Pan, Educación, Libertad, y podrá comprender cómo determinadas organizaciones -en todos los sitios- creen que la ideología, los eslóganes y los dogmas pueden justificarlo todo, mientras reproducen comportamientos indeseables contra los que habían luchado tiempo atrás. Los sindicatos son hoy más necesarios que nunca, pero volviendo a su labor original, porque, de otro modo, contribuirán innecesariamente al descrédito de la cosa pública y, en esas circunstancias, como ya sabemos las sandalias volando y los malos modos no tardarán en aparecer.