"No, hijo, no tengo hambre". Richar responde al interés de su hijo mientras se desprende poco a poco del equipo con el que acaba de intervenir junto a otros compañeros en un accidente de tráfico en la carretera de Miajadas. "Estamos cansados, hemos tenido que apartar manualmente de la calzada los dos coches y apenas teníamos fuerza", explica Fidel, el jefe de la salida.

A las ocho menos cuarto de la tarde, el parque de bomberos de Cáceres es un hervidero de gente. Las familias visitaban a sus padres, hijos, hermanos, novios o esposos. La preocupación por su estado de salud era generalizada. "Lo echamos mucho de menos y tenemos miedo de lo que pueda pasar. Lo veo un poquito más delgado, aunque él es fuerte", dice Isabel, la esposa de Antonio Moreno, uno de los agentes más veteranos con 20 años de servicio. Sus hijas, Ana y Paula, de 3 y 8 años, revolotean junto a él, juegan y le besan después de dos días sin verle.

Oraciones

"Vengo de La Montaña, de rezar por ellos", cuenta al mediodía Angela Sevilla, madre de uno de los huelguistas al que ha ido a ver para ver cómo se encontraba. El parque de bomberos parece un hospital de campaña con heridos que reciben las visitas de sus familiares. Esta madre llora y se lamenta de la situación. "No debía ser así, estoy preocupada, pero si ellos piden algo de esta forma es porque deben tener razón".

Las familias se distribuyen entre los vehículos aparcados del garaje. Dentro, algunos niños juegan al billar con sus padres, charlan y se saludan unos a otros. "Los conozco a todos", reconoce Isabel. Fuera del edificio, algunas parejas, él de uniforme y ella de calle, se dejan envolver por la noche y pasean con las manos entrelazadas. Una noche más, y van tres, los bomberos no dormirán en casa.