El Parador del Carmen fue durante muchos años parada y fonda de Cáceres. Parada porque hasta él llegaban bestias de carga y autobuses; fonda porque en él se hospedaban viajeros de ida y vuelta en una ciudad que precisamente empezaba y acababa en ese parador, situado a los pies de la Cruz de los Caídos, donde hoy se levantan el Edificio El Carmen y una sucursal de la Caja de Ahorros de Extremadura.

Antes de la guerra, el parador lo llevaron las Viñegras y luego Pedro Palomino, un señor al que se le cayó una hija de un caballo. Los médicos la escayolaron pero la niña no evolucionaba, así que Palomino, siguiendo los consejos de la sabiduría popular, acudió a la señora Saturia , una mujer muy famosa casada con un ferroviario que vivía en las casillas de Renfe cuando la estación de trenes ya estaba en Los Fratres.

Cuentan que nada más ponerse en sus manos, la señora Saturia descubrió el pinzamiento de una vértebra y que la chiquilla, milagrosamente, salió de aquella casa por su propio pie. La hija de Palomino se casó con Antonio Martín, que era un gran nadador. Entonces la única piscina que había en Cáceres estaba en Aldea Moret, era de la Unión Española de Explosivos y a ella acudían muchos peces gordos, muchos ingenieros que trabajaban en la mina.

El resto tenía que conformarse con las acequias si quería darse un remojón en las tardes de verano. Hubo en Cáceres dos acequias muy célebres, una estaba precisamente junto a esa piscina, donde está Proa: se la conocía como El Cuatro y tenía una barandilla que se usaba como trampolín. La otra era la acequia de Villegas, siempre muy concurrida, que estaba cerca del Temis.

El Parador del Carmen era, entre otras cosas, el lugar donde llegaba el correo, pero especialmente un punto fácil para el contrabando en una ciudad donde se pasaba hambre y donde para la gente eran fundamentales víveres como el café o las legumbres que siempre venían mucho más baratas desde Portugal.

El edificio tuvo su mayor esplendor en los años en que empezaron a entrar en Cáceres los primeros coches de línea. Antes de eso, el modo de transporte era el burro, y las posadas más famosas eran las del Camino Llano y La Machacona, que disponían de cuadras para guardar las bestias, pero que comenzaron a decaer con la aparición del autobús.

Centro logístico

El Carmen, sin embargo, era todo un centro logístico. Por ejemplo: podían guardarse los animales en las cuadras, que estaban en Ronda del Carmen, donde está el bar Oasis. A las puertas de esas cuadras siempre se agolpaban los niños, que pedían permiso a Palomino y entraban en ellas en busca de los cientos de pájaros que campaban a sus anchas en los establos.

Pero en El Carmen también podían aparcarse los autobuses y además tenía posada y un bar con mesas de madera donde servían comidas. Así que aquello no tardó en convertirse en el lugar al que llegaban todos los coches de línea: Victoriano Caballero y Carrión (que tenía un taller en la Ronda del Carmen) hacían la ruta Montánchez-Cáceres, Mirat hacía la zona norte, y más adelante se impuso Auto Res. Luego estaban otras compañías, como la de los Hermanos Blanco, que iba a Los Cuatro Lugares y que aparcaba en la calle Parras, en un corralón que estaba donde está el Hotel Agora. Los viajeros procedentes de los pueblos, que venían a la capital a hacer sus gestiones, traían la comida en unas merenderas y solían parar en Casa Juan para aliviar el gaznate.

En el parador se daban cita muchos negocios como el taller de Joaquín, que también niquelaba, o la churrería Ruiz, que tenía un quiosco de chapa verde y que llevaban Juana y su marido. Y luego estaban los maleteros, que tenían carro y vara y que aguardaban la llegada de los viajeros para cargarles el equipaje y acompañarlos a los hoteles de la época como el Toledo o el Alvarez. Los maleteros más célebres fueron Andrés Gibello, que era uno de los hombres de confianza de Mirat, Zacarías, Coronel, Eustaquio, Gabriel...

Al lado del parador estaba el Bar Aviación, que lo llevaba Anacleto, aunque en Cáceres todos lo conocían por Necle , muy buena persona, un tío serio. El Aviación tenía un saloncito, te servían unos chatos y unos altramuces y siempre se llenaba. Enfrente, Juanito, El Chochero, con su carrillo, y al lado la casa de maquinaria agrícola Ajuria, en la que trabajó mucho tiempo un hermano y el padre de Antonio, que estaba en la cooperativa de viviendas del Carneril, que fundó el obispo Llopis Ivorra y que se casó con la sobrina de don Rafael Valencia, el capellán de los antiguos sindicatos verticales.

Bajando la Ronda estaba la carbonería de Macario, que tiene dos hijos maestros y que era suegro de Nandi, el futbolista. Muy cerca de allí las cocheras de Carrión y en la esquina el Bar El Globo, que luego fue Siro Gay y ahora es Modas José Luis.

Al lado del parador del Carmen hubo un chalet muy bonito de los Manzano, era de estilo francés y disponía de unas torres en las que anidaban las cigüeñas. Enfrente, el Fielato, los almacenes Blázquez, que tuvieron grano y carbonería, y la estatua de Gabriel y Galán a cuyos pies, cada mañana de Reyes, recitaban poemas Juan El Cartero, Marchena y don Pablo Aguilera y su mujer.

Alrededor del parador fueron apareciendo negocios muy conocidos: el almacén de los Morales, que se quemó, los Sobrinos de Gabino Díez, Candela Palomar, Patricio Fernández y Cia, la cafetería Delicias, el Joyce, el Montero, El Barbero, que era cantante, la tiendina donde vendían bichos de goma y juguetes, y más allá, ya en Gil Cordero, el antiguo colegio de las Josefinas, y antes de las casas de los camineros: el taller de los Contiñas, el taller de chapa de los Catalinos...

Con la aparición de la DKW, los coches de línea comenzaron a parar en Camino Llano y de ahí se desplazaron a la plaza Mayor. El Parador del Carmen empezó a decaer. Los de la Banca Sánchez quisieron comprarlo, pero finalmente Pinilla se hizo con el solar. Hoy, las fotografías recuerdan lo que fue ese mastodóntico nudo de comunicación de aquel bellísimo Cáceres con sus románticos chalets, sus talleres, su fonda, sus maleteros y sus contrabandistas del café.