El sábado pasado fui "secuestrado" en un parque temático cerca de Madrid. Las tres mujeres de mi casa me comunicaron que "me apetecía" acompañarlas; y como uno es obediente y poco conflictivo, no encontré un argumento serio para oponerme que no fuera el básico, esto es, que no aguanto esos sitios.

Los parques temáticos encierran una buena parte de las cosas que más detesto: ruido ensordecedor, calor insoportable con sus consecuencias olorosas, precios irritantes en comidas y bebidas, y una cumulación importante de horteras poligoneros con camisetas de tirantes y tatuajes incluidos.

Si a todo lo anterior le añadimos que, desde muy pequeño, me mareo hasta en un columpio, podrá usted imaginar cómo me siento en esos parques. No será, desde luego, un día muy especial en mis recuerdos. Si me apuran, les diré que sonreí viendo sonreír a mis hijas cuando salían de una atracción diabólica que consiste en meterse en una suerte de bacinilla enorme en compañía de desconocidos y aguantar un recorrido acuático en el que, con un poco de suerte, solo te empapas de la cintura para arriba. Si me apuran otro poco, les confesaré que encontré rincones un poco más frescos en los que la espera se hizo más llevadera refugiado en un buen libro e intentando aislarme del infernal bullicio del entorno. No sé qué pensará usted, pero yo creo que estas formas modernas de divertirse en las que se reflexiona poco y se ríe mucho deben ser estupendas para levantar el ánimo en los adultos y para pasar un buen día, sin más, en los niños.

Será por eso, y no por otra cosa, por lo que las caras de los asistentes rebosaban felicidad; será por eso, y no por otra cosa, por lo que todo el mundo corría de un lado para otro buscando la entrada de la siguiente atracción; será por eso, y no por otra cosa, por lo que a la gente no le importa que la hagan esperar estabulados como si de animales se tratara.

Debe ser por eso, en fin, por lo que no había nadie hablando de la crisis, ni de Siria, ni siquiera de la lesión y la mala suerte de Iker. Así que, cuando nos fuimos ya bien de noche, agotadas ellas por la emoción del día, agotado yo por el cansancio y la espera, no podía dejar de preguntarme mientras miraba las caras satisfechas del personal, ¿será esto la felicidad? Y me acordaba con nostalgia de Blade Runner y sus profecías, a puntito de cumplirse.