La presencia de las comadronas o parteras en la vida sanitaria de los pueblos, se encuentra presente desde la antigüedad. Se trataba de una actividad desempeñada casi exclusivamente por mujeres, debido a las reglas morales y a la tradición, que las consideraba con mayores conocimientos y pericia a la hora de traer niños al mundo con la máxima seguridad para la parturienta.

En pequeñas ciudades, como Cáceres, la presencia de matronas tituladas se encuentra documentada desde el siglo XIX, cuando se empieza a contratar a estas profesionales, por parte del ayuntamiento, para asistir a aquellas mujeres que no tenían recursos para contratar a una profesional autorizada por el Protomedicato, que las atendiera en el parto. Este hecho generaba mayor seguridad de no perder la vida, tanto del feto como de la madre.

En 1861, Trinidad López solicita ser admitida para desempeñar el puesto de comadrona de la villa debido al fallecimiento de su anterior titular Mariana Castro y a que los servicios los estaba prestando el cirujano local León Becerra. En su solicitud la aspirante a comadrona indica el “pudor, vergüenza y reparo” que hacía que muchas mujeres no utilizaran los servicios del cirujano y optasen por valerse del auxilio de mujeres no autorizadas, pero expertas en alumbramientos. Otra cuestión que plantea la aspirante a comadrona, es la competencia desleal que realizan los cirujanos, ya que su cometido sólo se refiere a complicaciones en el parto o que haya que operar a la parturienta, cuestiones para las que no estaban autorizadas las comadronas. Al final se opta por la contratación de una profesional del parto que sea mujer. El servicio de matronas, por parte del concejo, tenía como fin el ayudar al parto a las mujeres más humildes de la villa. Con el paso del tiempo se llegan a nombrar hasta cuatro comadronas municipales, una por cada distrito de la ciudad, para atender a las embarazadas más desfavorecidas.

Fueron muchas las mujeres que a lo largo de los siglos se encargaron de traer cacereños al mundo. Mujeres que, por lo que sabemos, carecían de horario y calendario, estando en alerta permanente para asistir a las parturientas que solicitaban su ayuda. De entre todas ellas, hay que destacar la figura de Juliana Álvarez Moral, una vallisoletana nacida en 1892 que desempeño su oficio en Cáceres desde 1919 cuando accedió a la plaza, hasta 1962 fecha en la que se jubiló a la edad de 70 años. Había sido comadrona durante más de cuarenta años y por sus manos pasarían miles de recién nacidos. Fue un referente durante su vida para aquellas jóvenes que deseaban dedicarse a una profesión que no estaba bien pagada, 600 pts. anuales en 1920, pero que tenía muchas satisfacciones para aquellas mujeres que, vocacionalmente, la desempeñaron en situaciones difíciles por las carencias sanitarias de cada momento. Los avances de la medicina y de la higiene, así como la especialización de la profesión de matrona, han sido una de las causas principales del descenso tanto de la mortalidad de neonatos como de la enorme mortalidad de madres.