Martes, 14 de junio. Diez de la mañana. Cuatro de los cinco magníficos , Julio, Alfonso, Santiago y Orencio, nos esperan en el castillo de las Seguras, donde llegamos con retraso en un día en el que una brisa ligera de viento aplaca las altas temperaturas de las últimas semanas. Nuestro recorrido, el octavo de este Diario de ruta , se inicia en el punto kilométrico 12,350 de la N-523. Aquí comienza un paseo fascinante entre dólmenes y torreones, ejemplo de la riqueza prehistórica y del esplendor de la nobleza cacereña del siglo XV.

Y es precisamente un camino carretero, que atraviesa una dehesa de encinas, el que nos adentra en el torreón de los Mogollones, que en su origen formaría parte de un antiguo castillo, propiedad de esta familia que llegó a Cáceres durante la Reconquista.

La torre (no es visitable por peligro de desprendimientos) es reflejo del fuerte poder que adquirió la nobleza señorial cacereña entre los siglos XIV y XV. El torreón tiene origen defensivo; tanto es así que en su parte más alta conserva los impactos de cañonazos pues Cáceres es zona de frontera y posiblemente el edificio sufriera del asedio de algunos ejércitos.

Las almenas y matacanes de esta torre --que hoy sirve de refugio a grajillas y cigüeñas-- están en pésimo estado, pero aún recrean la majestuosidad de antaño. El linaje de los Mogollones se deshizo de estas tierras en las que también se asienta Mudaelpelo, vieja explotación agrícola ganadera dominada por una casa señorial. En esta misma dehesa se encuentra la ermita de San Jorge, que data de los siglos XIV y XV y donde aún se conservan restos de pinturas que pertenecen al siglo XVI (1565), atribuidas al artista Juan de Rivera.

Aunque la ermita pudo realizarse bajo la advocación de San Jorge, Santiago no descarta su basa visigoda y que, posteriormente, se dedicara a San Juan por la relación del templo con el agua. En este sentido, no parece descabellado que en el deambulatorio del edificio, levantado en torno a un estanque central (que aún se conservan) se desarrollasen ritos iniciáticos para nombrar a los antiguos caballeros.

Sea de un modo u otro, lo cierto es que de la ermita destacan sus pinturas, que recrean escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento, como la Anunciación, Abraham, la Oración en el Huerto, Santa Lucía y tantas otras.

La ermita pudo ser refugio de pastores y ganaderos. A la mayoría de las caras de estas pinturas le faltan los ojos, quizás por extrañísimos conjuros que planteaban esta fechoría como única salida para evitar el miedo a ser mirado por otros ojos durante la noche. El templo también cuenta con un cenobio y hoy, desgraciadamente, está totalmente arruinado. "Patrimonio --dice Julio-- no ha adoptado medidas".

Sorprende la riqueza del suelo, ideal para la agricultura y la ganadería. Alfonso, como siempre, nos desvela el por qué. En la ruta hay mezcla de pizarra y granito, que forma pizarras de metamorfismo de contacto y que nacen por el calor que les proporciona el magma granítico. Al cristalizar dan lugar a una roca compacta, dura, muy cristalina, de color oscuro y que proporciona unos suelos bastante buenos.

Orientación

En esta ruta es recomendable llevar brújula o --para los más expertos-- GPS. El trazado es algo dudoso, hay que superar alambradas, paredes, caminos públicos que han sido ocupados por propiedades privadas... Por eso la brújula nos será muy útil, basta con tener sentido de la orientación y consciencia de los cuatro puntos cardinales.

Los GPS ya son otro cantar. Orencio nos cuenta que estos aparatos son cuentakilómetros naturales que captan información de satélites que giran en la zona polar y que nos ofrecen datos de altura, coordenadas, distancias recorridas... Nacieron para uso exclusivo de las fuerzas militares de Estados Unidos, pero hoy están al alcance de cualquiera en las tiendas de cartografía de Cáceres. Ahorrando 300 euros conseguiremos uno de gran calidad.

Hacia el norte llegamos al dolmen de la Hijadilla. Los dólmenes son enterramientos colectivos de la prehistoria, de origen oriental. Este es de planta circular o poligonal y dispone de un corredor. Construidos con piedras horizontales y verticales, eran utilizados para enterrar a los aristócratas que vivieron entre los años 4.000 al 2.000 antes de Cristo.

Nuestra ruta, de ida y vuelta, culmina en el impresionante azud del río Salor, en cuyas aguas proyectamos, cual fantástica leyenda, a los cacereños del calcolítico o a los nobles del medievo en busca del horizonte genialmente tallado en roca de Los Barruecos.