Antonio Canales fue el primer alcalde socialista que tuvo Cáceres, entre 1931 y 1934 y de febrero a julio de 1936. De generación en generación ha quedado en nuestra memoria aquel desdichado 25 de diciembre de 1937, Día de Navidad, cuando Canales fue fusilado mientras gritaba la frase ‘¡Viva la Virgen de la Montaña!’. Cuentan que incluso el obispo intercedió infructuosamente para que no lo mataran. A Canales lo acusaron de formar parte de un complot dirigido por el comunista Máximo Calvo, alcalde de Cadalso, al que también asesinaron ese mismo año.

La Guerra Civil tenía por costumbre, como bien relata el catedrático Marcelino Cardalliaguet, los juicios sumarísimos, la represión general contra masones y comunistas, ateos y republicanos, basados en denuncias infundadas. Canales, sin pruebas ni testificaciones, fue culpado de sedición y rebelión ante un tribunal militar, que lo condenó a ser pasado por las armas en el paredón del cementerio junto a otros 33 imputados y procesados por el mismo delito en las horas del alba.

Canales promovió la transformación urbana de Cáceres, remodeló la calle Colón, y lo más original: inscribió a la Virgen de la Montaña como afiliada de la Unión General de Trabajadores, por su trabajo en favor de la ciudad, como Patrona Celestial de la UGT. Durante los años de su gestión mantuvo con sus concejales socialistas la procesión de la Montaña, el Novenario en Santa María, la entrega del bastón de mando en Fuente Concejo y la misa solemne.

Desde entonces, los cacereños valoramos sobremanera el legado de Canales y la presencia de los políticos en nuestra Procesión de Bajada. Por eso me gustó encontrar al presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, el miércoles en Cáceres. Era un día muy especial para nosotros. Con ese desfile se estrenaba la distinción del Novenario como Fiesta de Interés Turístico Regional. Y lo vivimos con emoción y sentimiento. Ver a Vara, a mí, como ciudadano y como cacereño, me reconfortó. Que la máxima autoridad de nuestra comunidad autónoma respalde esta solemnidad, que va más allá de lo religioso y que es todo un acontecimiento social, es un valor que convierte al presidente en un político socialista más humano, cercano y comprometido con la ciudad de Cáceres. La concurrencia se aproximaba a un Vara que no precisó de paraguas, que se mojó, física e interiormente, en un desfile indudablemente histórico en cuanto que la catalogación del mismo como de Interés Turístico Regional repercute en la economía cacereña y puede convertirse, si actuamos de modo inteligente, en un motor para la creación de puestos de trabajo.

Vara escuchó a los vecinos, participó del desfile, disfrutó con una sonrisa sincera de las canciones de las amas de casa, huyó del exhibicionismo del séquito gubernativo. En definitiva, lo que debe hacer un hombre corriente, entendiendo como tal a una persona de trato llano y familiar, tan distinta de esos diplomáticos a los que les gusta abrir camino para que se les vea.

Las ausencias

No acudir a la Procesión de Bajada de la Montaña es un error de bulto si nos ceñimos al ámbito de la representatividad. Cáceres no perdona esas ausencias, aunque los partidos envíen a sus emisarios y éstos se den codazos por ocupar los primeros puestos para salir en la foto. No se trata de eso, se trata de estar, tengas creencias o no; porque si te han votado y te han elegido es porque personificas los intereses de todos los ciudadanos por igual. Pero eso se les olvida a esos estadistas que no reparan en la gente. Una masa que, por cierto, ya no encasilla su ideología, porque votar a la izquierda no te impide que te cases por la Iglesia, ni sufragar a la derecha, que te divorcies.

Lástima de aquellos que postergan estos principios; sepan que para ellos no será el Reino Cacereño de los Cielos en forma de urna. Las retiradas, insisto, pasan factura. Una vez, un periodista de cuyo nombre no quiero acordarme, me espetó: «Tú es que no piensas más allá de Las Capellanías». Quiso hacerme sentir un cateto, un provinciano, pero no lo consiguió. Cateto él y catetos esos dirigentes que opinan que fuera de Mérida y Badajoz solo queda calderilla. Y no es que haya que defender a unos sobre otros, no, hay que amparar a todos al unísono si queremos hacer de Extremadura una región competitiva. Y Extremadura sin Cáceres, perdónenme, sí que sería chatarra.

Quizá por ello el presidente provincial del Partido Popular de Cáceres, Laureano León, tampoco faltó a la cita con su patrona. Lau se parece a Vara en el sentido de que huye con ímpetu del postureo y de ser gratuitamente loado por los ríos de la tinta y de las redes.

Consideramos, básicamente porque somos bastante imbéciles, que la vida está en Facebook, Twitter o Instagram. Pero no es así. La vida está en los bulevares y las correderas. Y se demostró cuando Laureano entró en Las Cuatro Esquinas. Allí, los de la Tuna de Magisterio de Cáceres le cantaron, delante de la patrona, una versión del ‘Gaudeamus igitur’, el himno universitario por excelencia, que decía ‘Laureanus igitur’. Entonces, una ovación cerrada arropó al líder del PP. Y es que Lau, amigo de ‘El Pastilla’, apodado así porque era el que siempre buscaba la púa de su guitarra, fue miembro de la tuna cuando estudiaba en la Facultad de Derecho, donde evidenció gran destreza con la pandereta. De modo que esto, el contacto sincero con la calle, es lo que da valor a un mandatario.

Cáceres es una ciudad hermosa. Lo moderno es vivir en ella. No quiero un Madrid que me exprima el bolsillo en billetes de Metro, no quiero una Barcelona que llene mis pulmones de aire contaminado. Quiero vivir en Cáceres, la ciudad donde vive Gema Galán, que tiene el puesto de fruta de su madre, Juani, en el mercado de la Ronda del Carmen. Me gusta este puerto donde como los huevos con picadillo de Montaña Alvarado, que se ha hecho con el antiguo Leoncio de Reyes Huertas y ha abierto el Café Bar Nalena. Y aunque se nos rompa el dragón de San Jorge y haya que llamar a Grúas José Luis para arrastrarlo (menos mal que Curro, el pavo extraviado de Torre de Sande, ha aparecido) reivindico Cáceres porque creo en ella, en su potencial y en gobernantes que, como Antonio Canales, la defendieron y, sobre todo, la entendieron.