Pedro Méndez nació en 1948. Su padre, Octavio, trabajaba en el mercado de abastos cuando el mercado estaba en el Foro de los Balbos. Octavio se encargaba del repeso, vamos, de corroborar que el precio de las mercancías que llegaban coincidía con el que fijaban sus abastecedores. Con él también trabajaban Lázaro, un señor alto con gafas, Santiago y Cándido, que mantenía las cámaras frigoríficas.

Octavio entraba a trabajar a las seis de la mañana a un mercado al que siempre acudía Angelita la Churrera, que tenía la churrería frente a la Soledad y que también vendía en el mercado sus churros en un baño de cinc. En el Foro estaban los Mazantines, que eran carniceros y que vivían en la Autoconstruida, una barriada de Pinilla donde el ayuntamiento cedió los terrenos para que la gente se hiciera sus casas.

En la Autoconstruida, a las mujeres viudas no solo les daban el terreno, también la casa ya hecha; ese fue el caso de la señora María y de Antonia la Casareña, que era la abuela de Pedro Méndez y que vendía por la calle los churros que le suministraba la churrería de los hermanos Ruiz, que tenían un quiosco en el Camino Llano, donde paraban los autobuses de Quevedo.

Pedro nació y se crió en la Autoconstruida. Fue a la escuela de don Juan en la calle Margallo, a la de doña Paquita en San Blas, y al Perejil. La madre de Pedro se llamaba Juana. Eran 5 hermanos, tiempos difíciles. Así que con 9 años Pedro se puso a trabajar en el laboratorio de medicamentos Emerk y Goda que los Cepeda Muñoz tenían en la avenida de Portugal.

Cepeda estaba casado con Coíta Casares, de la familia de los Casares, los que tenían los almacenes de pienso. Su laboratorio surtía de medicamentos al Centro Farmacéutico Salmantino de San José, a la Cooperativa Farmacéutica de Virgen de la Montaña y a los García Hurtado, que estaban en el 7 de avenida de España.

A Pedro le pagaban 5 pesetas al día por hacer los recados y recoger la correspondencia del laboratorio en el Apartado 150. Como cada vez que iba a Correos, que estaba en Donoso Cortés, también recogía las cartas del Apartado 133, que era el de los Almacenes Muriel, le daban 10 pesetas de propina todas las semanas. Con esas 10 pesetas compraba 2 kilos de cebada para las gallinas que tenía su familia. Los almacenes Muriel los llevaban los tres hijos de Gabino Muriel: Gabino, Pepe y Poli, que murió hace años y que se casó con una hija de los de Talleres Contiña.

En la misma esquina de Muriel se ponía la señora Nicasia, que con una cesta de mimbre vendía tabaco, chicles y caramelos. La señora Nicasia vivía en la calle Parras, muy cerca del bar El Norte. Por la noche, para no ir cargada, dejaba la cesta en casa de los Muriel, por la mañana volvía a recogerla. Así un día tras otro.

Al cumplir los 14, y como los Cepeda no podían asegurar a Pedro, Coíta habló con su hermano Vicente Casares Muriel, que era concejal del ayuntamiento y estaba casado con una hija de Apolinar Sánchez Martín, el de la droguería. Y así fue como Pedro entró en Apolinar que, procedente de Plasencia, instaló tres droguerías en la ciudad, vamos, que era el dueño del emporio de las droguerías de Cáceres.

La primera droguería estaba en la calle San Pedro, la segunda en Virgen de la Montaña, en la casa de Baltasar Tapia, y la tercera, en la avenida de Portugal, número 15. En ésta entró Pedro Méndez a trabajar. La avenida de Portugal era entonces mucho más que una avenida, era realmente uno de los grandes centros comerciales de la capital, al ser el lugar donde estaba la estación de trenes.

Apolinar llevaba la droguería de San Pedro y su hijo Manolo llevaba la de la Montaña. Manolo se casó con Pilar, una hija de los de Almacenes Mendoza, empresa familiar con dos perfumerías preciosas, que tenía columnas forradas de espejos y grandes vitrinas. Una estaba en Pintores y otra en la Cruz.

La droguería en la que trabajaba Pedro la llevaba Miguel, otro hijo de Apolinar. Allí vendían pinturas a granel. Entre sus clientes, los pintores Borrella y los Cortijo, que eran blanqueadores y usaban unas brochas con cañas largas. El día de más clientela era el sábado, porque los cacereños afanados en hacer limpiezas generales acudían a la tienda en busca de sosa cáustica.

También vendían lejía, que ellos mismos producían en la fábrica de lejías que Apolinar tenía en la casa Santa Carlota, junto a la churrería de Salas. La casa aún se conserva y está en San Francisco. Los bajos servían para la fábrica, los altos eran viviendas. Allí vivían Máxima, Riti y muchos más. Había dos servicios y una cocina comunitaria con varios hornillos de carbón.

Botes de Pelargón

Otro día fuerte de la droguería era el lunes. Entonces venía el tren de Arroyo y Malpartida. Los viajeros bajaban al andén cargados de botes de Pelargón --la primera leche infantil disponible en España en pleno período de posguerra; fue producida por Nestlé a partir de 1944-- y que utilizaban para meter la pintura con la que luego pintaban los zócalos de sus casas.

En la avenida también estaba la salchichería Martín, que la llevaban Valeriano Martín y su mujer, la señora Lucía, Transportes Correa, que tenían una vaquería, y Almacenes Derice, de materiales de construcción.

Cerca estaba Transportes Cillán, de Miguel Cillán, con sus carros de mulas que cargaban materiales para las obras, ¡ah! y una camioneta con mucho morro que se arrancaba con una manivela. Muy cerca, cerrajería Chispa y, saliendo del callejón, al lado de donde ahora está el bingo, estaba el comercio de Marroyo, que por 1 peseta te daba 10 galletas María redondas o 5 si eran de las de vainilla.

Apolinar vivía en Diego María Crehuet, muy cerca de Agustín Orozco Avellaneda, el practicante más conocido de toda la ciudad, que además colaboraba con artículos de arte en el Noticiero , Nuevo Día y el EXTREMADURA , y hacía una revista para Radio Cáceres. Era miembro de la Masa Coral Cacereña, donde fue tenor segundo. También fue presidente del Club Deportivo Europa, más conocido como Los chicos de Orozco y, entre los jugadores: Eloino, Laviana y Bohigas. Orozco, que siempre llevaba pajarita, trabajó en el Hospital Provincial, fue callista y miembro activo de la Lucha Antituberculosa Española.

En la avenida de Portugal compartían negocio Talleres Díaz, transportes Bono y Comestibles García, con el famoso dependiente Galiche, que tenía una libretina en la que te apuntaba y siempre te fiaba. Al lado, Restaurante Los Pepes, que era un local de ¡¡¡madre mía de mi alma!!! que montaron dos señores: un Pepe de Cáceres y otro Pepe de fuera.

En la misma avenida, el bar de Vigara, el ultramarino de Alfonso Rincón, que luego tuvo la administración de lotería de Gil Cordero y que murió hace poco. El almacén de cereales de los Blázquez, con Feli, que cosía los sacos de pienso a mano, y más abajo la taberna de Tejada, a la que acudían los maleteros (cacereños que llevaban carrillos a mano donde cargaban las maletas a los viajeros de la estación. Los maleteros más famosos fueron Zacarías y Elías).

También existía la tienda de bicis Arias, la panadería de Espino y la Pensión Brígida, que llevaban tres hermanas: Obdulia, Brígida y Carmen, tías carnales de Cisneros, el de las cofradías. En esa pensión trabajaba Chiqui, con la que Pedro se casó. La boda fue en San Mateo y el convite en La Rosa. Tienen 3 hijos y 1 nieto.

Cáceres no logró el jueves su sueño. Después de 7 años de trabajo, la candidatura a Ciudad Europea de la Cultura no pasó la primera criba tras un examen de un jurado internacional. La ciudad, herida, trata de recomponerse, de llenar nuevamente Cánovas, como un día llenó la avenida de Portugal cada vez que los trenes desembarcaban a viajeros ávidos del tabaco de la señora Nicasia y de aquella pintura de la droguería de Apolinar que Pedro dispensaba en botes de Pelargón.