En la puerta reza un cartel con su nombre: Cinema Paradiso. Guiña al clásico del cine y responde a aquellos que aseguran que el futuro de los videoclubs está abocado a una desaparición más que inmediata. En España apenas quedan 500 y el negocio de Juanma González en la avenida de Moctezuma es uno de ellos. El propietario, enamorado confeso del cine, decidió compartir su colección personal en 1999 y desde entonces mantiene su tienda en un recoveco de la céntrica avenida.

Lo hace por puro amor al cine. Él tiene su propio trabajo. Sobrevive. Comparte aventuras y desventuras con sus compañeros de profesión a través de Whatsapp. «Cada día cierra alguno», sostiene. Está al día del cierre de Intervideo. Reconoce que los videoclubs están en peligro de extinción, pero no por ello cesa en su intento de mantener el negocio vivo. Tiene clientes fieles, desde el centro hasta de Aldea Moret, clientes asiduos que acuden frecuentemente a alquilar y a pedir recomendaciones sobre los estrenos. Aunque parezca que no, es consciente del ocaso del sector. Achaca el motivo por el que viven en una cinta de suspense a las descargas ilegales y al consumo irresponsable del cine.

Juanma González es un superviviente. Otro es Francisco Javier Avilés, el responsable de otro de los dos videoclubs que sobreviven en la capital cacereña. Este se encuentra en la barriada de Llopis, con un letrero que induce a la nostalgia, y al contrario que el negocio de ‘autor’ de Juanma, este último pertenece a una cadena de franquicias. Bluster se encuentra a medio camino entre el instituto del barrio y las casas bajas que caracterizan al barrio. Ahora en verano reconoce que bajan las ventas. «En invierno siempre hay más, porque la gente sale menos», añade. Los viernes, sábados y domingos siguen siendo los mayores días de venta. En cualquier caso, lamenta que en los últimos años no deja beneficios. «Lo mantenemos, apenas sale para los gastos», sostiene.

Pone de manifiesto que anteriormente la única manera de que llegara el cine a la ciudad era recurrir a su negocio, pero el tiempo ha cambiado y apostilla que la piratería y las plataformas digitales han supuesto una puñalada de la que dificilmente se podrá recuperar el negocio si no se reinventa. «Hay gente que viene, mira los títulos y luego se los descarga», lamenta. En cualquier caso, no buscan otra alternativa, ni se convertirán en sala de visionado ni en espacios de charla para cinéfilos. Aguantarán hasta que puedan. Con «ilusión» y con el mismo amor al cine con el que abrieron el negocio en su día.