La vida le ha puesto a prueba en dos ocasiones. La primera, a los 10 años, cuando su padre, Félix González, barrenero en las minas de Aldea Moret, murió en un fatídico accidente laboral. Hoy, al recordarlo, no puede evitar las lágrimas. Su madre, Felisa Macías, era modista y se dedicaba a hacer arreglos en aquel Cáceres de la calle Constancia, donde Pepe se crió junto a sus otros dos hermanos, Antonio y María Teresa.

La familia, con una pensión muy baja, tuvo afortunadamente el apoyo de la Unión Española de Explosivos Riotinto, que en esa época gestionaba el yacimiento minero. Gracias a eso, su hermano pudo estudiar en la Universidad Laboral de Córdoba, y él cursar una Formación Profesional con los curas de La Salle en Madrid.

Ahora, José González, conocido por todos como ‘Pepe El Cano’, ha vencido la segunda prueba, que comenzó el 25 de marzo cuando ingresó en la Clínica San Francisco de Cáceres. Lo hizo después de un viaje a Benidorm, al que había acudido junto a su mujer, Guillermina Cava, en esos días en los que los memes del coronavirus eran solo cosa de China y de Italia.

Los primeros síntomas le llegaron con dolores de cabeza, que el paracetamol no lograba calmar; hasta que la fiebre empezó a subir, al principio 38, después 39, luego 39 y medio... A partir de ahí prácticamente no recuerda nada. El lunes, le dieron el alta.

«Me han cogido tres equipos de médicos muy buenos: Severino, Campoamor y la doctora Zaldívar», cuenta Pepe en su casa de la avenida Virgen de la Montaña, con el oxígeno todavía a cuestas, pero ya en fase de óptima recuperación. Su esposa, a la que conoció en los inolvidables guateques cacereños, también estuvo ingresada por el covid, aunque a los diez días le dieron el alta y su proceso ha sido más rápido.

Policía Nacional jubilado, fue en la clínica donde Pepe cumplió los 77 años. Padre de tres hijos: José Félix, Juan Ramón y Susana, y abuelo de cuatro nietos: Víctor, Álvaro, Esther y Juan José, este conocido cacereño comenzó su periplo profesional como encuadernador de El Periódico Extremadura, empresa editorial en la que trabajó durante diez años junto a otros históricos como Matías y Cándido Rumbo, José Luis, Paquino o Alonso Rojo. Fue otro de esos compañeros, Zacarías, que tenía un hijo policía nacional, quien le animó a presentarse al cuerpo.

A Pepe lo destinaron a Barcelona (estuvo en los antidisturbios y en el Barrio Chino) hasta que pidió el traslado a Cáceres, donde se empleó primero en los coches patrulla y luego en la sección de motos. Como tenía el pelo blanco, los que se dedicaban al menudeo no tardaron en apodarlo ‘Tito Cano’. Pepe ríe a carcajadas mientras rememora la anécdota y, felizmente, sigue respirando.