Es lo que dice un eslogan muy utilizado en los últimos tiempos por la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y acompaña a todas las críticas que hace del creciente desempleo, la precariedad laboral, la reducción de los salarios, el aumento de accidentes de trabajos o las medidas de política social, que más parecen tener en cuenta los intereses macroeconómicos que los problemas concretos de los trabajadores y sus familias.

El principal valor a defender siempre ha de ser la persona, no las cosas, ni las estructuras. La persona y sus derechos fundamentales constituyen el valor ético básico y debe ser el inicio, el centro y el fin de toda la vida económica, social y política. Es más, una religión que presente a Dios como si fuera un competidor del hombre o una especie de "aguafiestas" está de más.

La persona es un valor sagrado incuestionable, desde el inicio de su concepción hasta el último suspiro de su vida. Nunca debe ser tratada como medio, sino siempre como fin. Cuando esto no se respeta, la sociedad se deshumaniza a pasos acelerados. Todas las dictaduras, de izquierdas y de derechas, conculcan a la persona y pisotean sus derechos. Las democracias, por su parte, son más profundas y maduras en la medida en que sepan respetar a la persona y fomenten un conjunto de condiciones humanas, sociales, económicas, políticas y morales que hagan posible su pleno desarrollo.

Todos corremos el peligro, si no nos vigilamos, de dar más relieve a las cosas que a las personas, sobre todo cuando estas cosas nos interesan para alcanzar algo en nuestro propio provecho. La preferencia de las cosas sobre las personas es la manifestación más clara del egoísmo que a todos nos acecha sin excepción y la genuina solidaridad comienza por situar a la persona en el centro de nuestros proyectos y acciones.