El raro espectáculo que presenciamos el jueves en el Gran Teatro, adonde se trasladó sin clara justificación, como no fuera por poder usar el pasillo del patio de butacas, donde desarrollaron una escena casi a oscuras al final de la obra... El escaso público asistente permaneció frío y distante durante casi toda la obra, titulada "O picaro Ruzante o más vale un queso que cien gusanos", del poco conocido aunque prestigioso autor renacentista italiano Angelo Beolco , del que extrajeron algunos comentarios burlescos, monólogos e infantiles diálogos, para que consiguiera una dramaturgia reiterativa y con poco interés argumental el actor y director Agustín Iglesias , del grupo extremeño Guirigay, ubicado en Los Santos de Maimona, donde lo ensayaron junto con la Compañía Acta del Algarve portugués.

Este veterano grupo extremeño con 52 montajes en sus 30 años de actuaciones, entre ellas con el último y muy celebrado texto de Lope de Rueda en el Festival de Almagro (2008) El deleitoso y otras delicias. Tienen como objetivo clave la estrecha colaboración de todo el equipo artístico, para conseguir unos montajes cercanos al público; pero no fue el caso de esta obra recientemente estrenada, ya que, como decíamos, no llegó apenas al público que permaneció pasivo y casi adormilado durante la larga escenificación de casi dos horas; solo esbozamos alguna sonrisa en las escenas de celos ante los cuernos impuestos al pícaro Ruzante por parte del soldado fanfarrón y con la consiguiente tensión dramática mantenida entre el protagonista y su rival para recuperar el amor de su amada Juana, una vez que había desertado de la guerra por el gran miedo, hambre y miseria sufridos.

La interpretación del pícaro Ruzante por parte del extremeño Mario Benítez resultaba muy monótona por el énfasis mantenido y la sobreactuación burlesca, que lo hacía muy poco creíble o demasiado exagerado, al igual que con su desastrado atuendo y su lenguaje escatológico resultaba cansino a los espectadores. Más natural y expresiva fue la de su compadre Menato , Agustín Iglesias, encargado de la adaptación y dirección escénica. Más difícil de seguir fue la del soldado fanfarrón Andrónico/Tomino , muy nervioso, con constantes carreras, mutis y rápidas reapariciones, pero con un adecuado vestuario. Algo parecida fue la intervención de la pizpireta y veleidosa Juana , que abandona al pícaro desertor y ladrón Ruzante , interpretada por la lusa Elisabete Martins , muy atractiva, insinuante y juguetona; pero al igual que a su compatriota nos costaba entenderle por su raudo y cerrado portugués, salvo cuando empleaban de vez en cuando el portuñol.

Lo más positivo del montaje fue la curiosa escenografía: una red de cordaje, con muchas aberturas por donde entraban y salían los actores, entreviéndose detrás de la misma y en medio unos cuantos módulos cúbicos, con imágenes gastronómicas pintadas en ellos, que los colocaban y descolocaban al principio de cada acto. También tuvieron un comienzo y un final simpático con alegres danzas, animadas por una rítmica música.

Pero es lástima que esta reciente intervención del Circuito Ibérico, que está actualmente formado por 12 espacios escénicos, 7 teatros de Portugal y cinco de España (entre ellos Los Santos de maimona y La nave del Duende del Casar de Cáceres), no haya brillado suficientemente, quizá por la no muy lograda dramaturgia y extraña interpretación.