Cacereño de 60 años. «Por lo que se ve para la gente que tiene 60 años es complicado tener un trabajo». A él le ha pasado. Antes del covid estaba en un restaurante. Lo cerraron y el 19 de marzo iba a entrar en otro que está en la plaza Mayor. Pero llegó la pandemia y no pudo ser. Sí, la pandemia: ese drama que arrastra otros dramas y que afecta con violencia descarnada a los más desfavorecidos. La salida estaba en el Sepe; solicitó una ayuda para mayores de 52 años y al poco tiempo le ingresaron el dinero.

Los problemas llegaron al pedir la ayuda al alquiler que concede el Instituto Municipal de Asuntos Sociales. No cogían el teléfono y cuando por fin pudo presentar la documentación, no había respuesta. Llevaba esperando desde el 8 de octubre, hasta que se decidió a personarse en el Imas. Allí le dijeron que le faltaban papeles, que volviera a telefonear para pedir cita.

La injusticia de la burocracia queda patente cuando este cacereño, que prefiere no dar su identidad (no es fácil admitir a cara descubierta que tu situación es delicada) se da cuenta de que en cada llamada por la que ha hecho uso del contestador le han cobrado 41 céntimos. Es sangrante que pedir una ayuda social te cueste finalmente 2,48 euros. No es una cantidad irrisoria si se tiene en cuenta que un cartón de leche del Provecaex vale 0,59. Hubiera tenido para cuatro cartones y aún le hubieran sobrado 12 céntimos.