En el centro de la parte antigua de Cáceres, en un rincón recoleto de la Plaza de San Jorge, existe un pequeño jardín frondoso desde el que se ve la Sierra de la Mosca y la Ribera del Marco. Coincidimos con el informe del Consorcio Cáceres Ciudad Monumental por el tratamiento diferenciado que da a este jardín dentro del casco histórico de la ciudad: «Mención especial merece el jardín Cristina de Ulloa, que está muy infrautilizado, y podría fomentar un mucho mayor provecho (ciudadano, turístico) del extraordinario valor de su sitio y sus paisajes». El jardín ha estado mal utilizado (como almacén de enseres del negocio hostelero que se encuentra a sus puertas) y se ha reabierto al público recientemente. Sí es verdad que se podría fomentar un mayor provecho, tanto ciudadano como turístico, como pretendo exponer.

Durante un tiempo hemos reivindicado que se devolviera el uso público a este rincón, y afortunadamente ya es así. Lo que no se ha abierto al público es la terraza que hay sobre el restaurante, franqueada por una recia verja disuasoria, de barrotes de hierro con exageradas puntas afiladas. Un espacio antes frecuentado en las tardes de invierno y las noches de verano. La solución es fácil: retirar la verja y volver a disfrutarla.

En cuanto el jardín, sería fundamental instalar unos bancos cómodos para hacer más placentera la estancia y el disfrute de las especies que existen en este pequeño y maravilloso rincón (gracias al trabajo de los jardineros municipales), como el Arce y el Laurel japonés, la Buganvilla, la Gardenia, el Árbol del cielo, el Cóleo, la Hiedra varigada, la Alegría, el Boj, el Guisante de coral, la Hortensia, el Bambú chino, la Azalea, el Naranjo amargo… Para rodearnos de su frondosidad, de su increíble diversidad biológica, al adentrarnos en él.

Por otro lado, una cuestión que también suscita nuestro interés se refiere a la antigua denominación del espacio donde se encuentra el jardín: El Huerto de don Abilio (nombre que reivindicaba Antonio Sánchez Buenadicha en el Diario Extremadura el 19 de marzo de 2017, en un artículo titulado ‘Don Abilio y su huerto’, que recomiendo, en el que explicaba los méritos científicos y profesionales de Rosillo).

Abilio Rodríguez Rosillo, catedrático de Ciencias Naturales, dirigió durante casi dos décadas el único Instituto de enseñanza que había en la ciudad, ubicado en el colegio de Jesuitas y con una salida a lo que ahora es el Jardín de Ulloa. Rosillo, segoviano que se asentó en Cáceres hace ahora un siglo, publicó trabajos de investigación, de didáctica y de divulgación científica sobre temas variados de botánica y zoología. Un currículum amplio y valioso. Recuerdo su imagen, acompañado de mi parienta lejana Sabina Carrasco, su mujer, cruzando la plaza Mayor, donde vivía, y caminando con pasitos cortos y rápidos.

El nombre de una persona como él bien merece un reconocimiento, al menos mayor, que duda cabe, que el merecido por una mujer cuyo mérito para que prevalezca su nombre es haber sido la esposa de un alcalde y morir joven. Y, sobre todo, tener un apellido de esos que tanto gustan a las personas que consideran un mérito tener un apellido que suene a alta alcurnia, como Ulloa, y mejor aún si es compuesto.

Para las mentalidades caciquiles que aún existen en nuestra ciudad es mucho más importante llevar el apellido de una ‘señora de’, que a ellos les suena a ilustre, que el nombre y ‘vulgar’ apellido de un enorme científico local (solo local porque él lo quiso), gran conocedor de la flora ciudadana (pronunció una conferencia histórica sobre ello el día 18 de abril de 1934 en el Ateneo de Cáceres: La flora de Cáceres, editada por La Minerva Extremeña, de 46 páginas, que merece la pena conocer).

El nombre de Abilio Rosillo debería quedar plasmado en este lugar, en que experimentaba con las plantas para comprobar la veracidad de las leyes de Mendel, puesto que ahí estaba instalado su huerto escolar, conocido como El Huerto de don Abilio.

Creemos que, si no se le cambia el nombre, al menos debería colocarse un panel informativo sobre la figura de Rodríguez Rosillo y acerca de la historia del actual jardín y antiguo huerto. Instalar un panel sería muy recomendable y, sin duda, muy de agradecer por quienes viven en la ciudad o la visitan. Siempre insistimos en afirmar que cuanto más conocemos la historia de la ciudad, más la amaremos y disfrutaremos de ella.

Nos vemos en el huerto…, aunque no nos lleve nadie.