TSterá el signo de los tiempos. Nos colaron un anglicismo espurio con todas las de la ley. Tendrá que ser así, pero ese monosílabo puntiagudo no encaja en la genética de nuestra madre lengua española. Park. Ni siquiera parque. Park. Y encima enlazado al viejo y noble arabismo que ha nombrado tantos sitios y topónimos de la geografía hispana desde tiempos inmemoriales: Guad, el río, Guadalupe, Guadiloba, guad-

Corramos un velo a las consideraciones fonéticas y miremos, una vez más, el sugerente espacio de ese piélago sereno, en medio del páramo. La Holguina (de Holguín, de Folguín, Golfín) y Perodosma (Pedro de Osma, Burgos, Burgo de Osma), ilustres reminiscencias del pasado, El Cuartillo, La Hormiga-

Una punta de azulones viene, Guadiloba arriba, para pernoctar en el espejo del embalse. Los zampullines y somormujos animan el cotarro. El bombardero rasante del cuervo marino, el cormorán, traza su vuelo oscuro hacia un recodo de las aguas tranquilas. Al suroeste, los perfiles de Norba, y al sur, las sombras de la Sierra. Una tenue mancha de carrascos y encinas bordea el curso del río tras el muro del embalse y se adentra en el boscaje, entre Corchuelas y Nateras.

El atardecer dorado convierte al piélago en un marco incomparable de vida y serenidad. Algún conejillo escorza entre la maleza de los veneros secos; la liebre perfila su silueta en el viso de una suave loma; y crepita, asombrosamente, un concierto heterogéneo de aves que pasan, van y vienen sobre las aguas, en el ámbito del embalse. Qué placidez tan sencilla a una legua escasa del trajín de la vida.

A ratos, cuando cambia el viento, nos llega el rumor de las aguas conducidas, que asoman por el tunel para mantener el nivel apropiado. Por ese oscuro conducto vinieron barbos, black-basses, carpas, ´gatos´, y una diversa fauna piscícola que entretiene el afán pescador de los aficionados de caña y costera. Tras Cáceres el Viejo, donde descansa ab aeternam la legión Séptima Gémina de Quinto Servilio Cepión, el sol declina y desaparece. Se hace la noche en el espejo del agua y van apareciendo, y reflejándose, las luciérnagas de la bóveda celeste.

A veces, algo más allá, por la ladera de enfrente, primeras horas del alba, se ve la silueta de un hombre que sigue el deambular inquieto de un hispano-bretón. El perro se ha parado y el hombre se ha preparado para el lance. De un rodalito breve de tomillos, ha salido, de espetón, una liebre, y se ha oído un disparo. Los pájaros de las aguas serenas se han sobresaltado. Era un cazador al salto.