"Amo más a las plantas que a los hombres", solía decir el genial compositor Ludwig van Beethoven. Esta admiración por el verde natural inspiraría la originalidad y calidad de todo su inigualable legado musical. Algo parecido le debió ocurrir a nuestro hombre, cuando un 12 de enero del 1993 tomó posesión de su nuevo despacho ubicado en la tercera planta del ala norte del Ayuntamiento de Cáceres. Allí estaba, como parte del nuevo mobiliario, una maceta colocada detrás de su sillón, justo en la esquina, al lado de la ventana.

El reto de su trabajo, que había comenzado nueve años antes, era impresionante: nada más y nada menos que coordinar la informatización de todos los servicios del ayuntamiento. Las máquinas de escribir iban dando paso a los ordenadores; el correo electrónico aceleraba los pensamientos e Internet penetraba, capturaba y nos hacía invisibles. El mundo digital comenzaba a desplegarse, apoderándose de todos nosotros; los despachos, las mesas, con sus nuevos paisajes a base de ratones, pantallas, torres y cables. Surgieron nuevos lenguajes y formas. Sin embargo, en aquel pequeño despacho el mundo analógico resistía; se hacía presente a través de una pequeña planta que, situada detrás del sillón, en la esquina, al lado de la ventana, había comenzado a crecer.

Fue pasando el tiempo, los años... La planta se estiraba, escuchaba conversaciones, observaba el trasiego de gentes, la pantalla del ordenador, la toma de decisiones, signos y más signos. Nuestro hombre colocó una pequeña mesita al lado de la planta; su familia aumentaba poco a poco: fotografías de su querida esposa, sus hijos, de los nietos que se iban incorporando... La planta intercambiaba miradas pícaras con las fotos de los niños. Crecía tanto, que sus ramas daban en el techo. Él la miraba y admiraba. Se sentía cómodo con ella, su espalda recibía pequeñas oleadas de energía positiva y el oxígeno se hacía muy respirable en aquel pequeño hábitat informatizado. Somos eso, lo que tenemos a nuestra espalda.

Durante estos años la planta ha dado varios hijos que se han repartido entre los compañeros informáticos. La planta, la ventana, la mesita con sus fotos, el objetivo cumplido de informatizar los habitáculos del Consistorio Municipal... Nuestro hombre se siente satisfecho; es un funcionario ejemplar.

Se acerca el día de la jubilación, los dos lo saben. En estos últimos días él acaricia sus hojas con la yema de los dedos. Quiere llevarla al invernadero del Parque del Príncipe, la catedral botánica, para que se sienta cómoda y protegida en aquel paraíso verde, rodeada de dinosaurios vegetales, bajo los atentos cuidados de los jardineros municipales.

Así las cosas, hace semanas se escucharon unos suaves golpes en la puerta de su despacho. Entraron tres jardineros del ayuntamiento. El informático se levantó, observó en silencio, los jardineros procedieron con dignidad y cariño; eran conscientes del momento tan emotivo; cogieron la planta entre las manos; pesaba y era muy alta. El informático se emocionó, sus ojos azules se humedecieron, se embadurnaron de tristeza; la planta, de la especie Ficus benjamina, se alejó por el pasillo. Habían sido 25 años juntos. Los jardineros comentaban la humedad de las hojas del ficus; la planta estaba llorando.

Los despachos, los espacios comunes en lugares cerrados, transmiten serenidad y mesura en proporción a las plantas que albergan. Muchas veces, «el que la riegue otro» o «para eso están los de mantenimiento» proporciona a las macetas sufrimientos terroríficos: se mueren, sobre todo en los periodos vacacionales. Las plantas tienen tanta dignidad que son capaces de prestar su sombra al leñador que las va a cortar. Una de ellas, una, por si sola, es más importante que todo un ejército.

Pedro, gracias, muchísimas gracias. Mis versos para ti: Espacios separados,/ unión de tantos años, / sus hojas en tu recuerdo,/tus silencios en su tronco./ Intentaré que su sombra,/ espaldada y verde,/ sea,... también/ la mía.