Puede ocurrir en la cola del carnicero o en la de su taller de confianza; pudiera ocurrir también en su librería habitual o en la puerta de un despacho del Múltiple. No importa dónde. Los plastas aparecen "por doquier y en forma de aspa" como repetían unos dibujos animados.

Como usted siempre va con prisa --esa costumbre tan absurda pero tan moderna-- coge la vez en la cola, con número o sin número. De repente, se encuentra con que la señora o el señor que le ha tocado delante --lástima no haber llegado dos minutos antes-- no solo compra con la parsimonia de quien lo tiene todo hecho, sino que además le cuenta su vida y milagros al tendero, con toda suerte de detalles acerca de los más triviales asuntos: el menú de hoy, la evolución del embarazo de su hija o el color de la caca del perrito.

Como la conversación entre el desocupado y el inocente empleado se alarga --lo que influye notablemente en la cola que se nos acumula detrás-- y la impaciencia va tomando realidades espesas, usted, prudente por educación y por convicción, empieza a carraspear, acelerando la frecuencia del carraspeo a medida que su impaciencia gana terreno a su educación.

Y así, como el que no quiere la cosa, entre una y otra mirada rápida al reloj, después de reprimirse unas cuantas veces, por fin se le escapa un comentario impertinente. Ni que decir tiene que en ese momento, el resto de la cola que hasta hace solo un momento compartía su inquietud con un extenso repertorio de gestos altamente expresivos, miran ahora para otro lado con expresión ausente, como si eso no fuera con ellos. Ya está. Ya se montó el follón. ¡Que si yo he llegado primero! ¡Que si no se meta usted donde no le llaman! --si tienes el honor de que te hablen de usted, costumbre francamente en desuso-- y, finalmente, el comentario definitivo: ¡Claro, con esta mala educación!

Eso sí, después de la última sentencia recoge muy dignamente su compra, mira al tendero con cara compungida y se marcha con aires de no volver en unos días. ¿Misión cumplida? No sé qué pensará usted, pero lo cierto es que después de un episodio de estos, se le queda a uno mal cuerpo y anda ya todo el día lamentándose de no haberse reprimido ¡una vez más! para evitar problemas. Así que, asumiendo que las cosas siempre son lo que parecen, se retira del escenario del conflicto cariacontecido, mirando al suelo, pero advirtiendo por el rabillo del ojo que la cola, otrora tan solidaria, mira ahora hacia otro lado.