A lo largo de mi vida he conocido seis diseños de la plaza Mayor de Cáceres. Disfruté mi niñez y adolescencia en la tan añorada por muchos catovis ornamentada por un jardincito con palmeras, enlosado por piedrecitas blancas y negras, rodeada de carritos con golosinas, libros de cambio y aventuras del FBI, Roberto y Pedrín, etc. Por entonces no había espectáculos más multitudinarios que la bajada de la Virgen de la Montaña y la quema del dragón y el espacio satisfacía las necesidades. Hubo que recibir al dictador y desapareció el jardín para acomodar a los cacereños y a las gentes que venían desde los pueblos.

Durante unos años se convirtió en un aparcamiento en superficie para más adelante quedar expedita de autos pero sin ninguna obra que la transformara en algo más atractivo. Hubo al principio de los ochenta algún proyecto para hacer un aparcamiento subterráneo pero la conveniencia de sacar la circulación del centro y la imprevisibilidad de lo que se encontraría en el subsuelo lo hicieron imposible. No hace muchos años se colocó un bandejina que parecía un quiero y no puedo. Finalmente se hizo una remodelación integral. Como es de suponer cada una de estas plazas ha tenido sus defensores (a veces solamente el alcalde y el concejal) y detractores porque todo el mundo tiene un destino para ella. Si queda libre de obstáculos se pedirán árboles y bancos, por más que las de Madrid, Salamanca y otras muchas estén así diseñadas.

Si se ponen árboles se argumentará que impedirán las manifestaciones multitudinarias, entre las que el Womad es solo un ejemplo. Una cosa está clara y es que a pesar de las críticas el personal ha recuperado la plaza, la pasea, la disfruta como hace mucho tiempo que no sucedía. Ahora se quiere hacer otra remodelación cuando quizás fuera suficiente con llevar a cabo algún retoque y sobre todo es imprescindible conservar en buen estado lo que hay, recuperar las fuentes y conseguir la complicidad de los industriales de la zona para darle más vidas.