La vida se vivía en aquella bellísima plaza Mayor cargada de romanticismo, con sus barandillas, sus grandes palmeras y sus baldosas portuguesas donde los muchachos jugaban al corro y a los patines y cada tarde pintaban rayuelas junto a los urinarios. En la plaza había una fuentecita y si acaso cada media hora pasaba algún que otro coche que bajaba parsimonioso desde la Gran Vía.

La plaza no era solo bella por su bella fisonomía, lo era porque era el centro neurálgico y comercial de la capital. Había en la plaza y su entorno montones de ultramarinos, zapaterías, bares, hoteles, hostales, farmacias, librerías, estanco, churrería y cafés cargados de bohemia.

La plaza y sus transformaciones, que pasa la vida sin darnos cuenta. Y eso lo reflejan las 57 imágenes (entre postales y fotografías) que Jesús María Gómez Flores exhibe en la Sala Pintores: el transcurrir del tiempo y las reformas que desde 1869, fecha de la inauguración del ayuntamiento, hasta nuestros días, ha sufrido la plaza Mayor, que ya no es lo que fue: con su bar La Parada, con sus coches de línea, con sus atracciones de la feria... La plaza que marchó y que lucha por volver. Ojalá y vuelva para ser como fuimos.