THta estrenado nuevo traje y otra librea nuestra plaza Mayor, siempre ágora, foro, lugar de encuentro, parada y fonda. Y espejo de tantas épocas históricas, que era preciso escribir una tesis doctoral para apresar la propia esencia del viejo Cáceres, cargado de historia, empaque y leyenda. Y es que hasta en la plaza del más insignificante villorrio se ha concentrado la síntesis de toda comunidad, que la consideró vértice y núcleo de cuanto se cocía en sus muros.

Porque es y fue el corazón, la almendra y el quicio donde se posó, a través de siglos, la amistad, el saludo y la tertulia de incontables generaciones. Por eso es la pieza más sensible de la población, donde muchas calles confluyen como ríos de asfalto, atraídas por su centralidad que irradia, a su vez, todo el pálpito de la rutina. Aquí se vendió, desde el siglo XIII, el trigo, la avena y la cebada, y empezaba a ser lugar de torneos, corridas de toros, juegos de cañas y ferial, mientras que, bajo sus soportales del XVI, discurría una multitud abigarrada, que aplaudió a Felipe II en su paso desde Portugal hacia su Corte.

Y fue templo con misas de campañas y estrado de arengas políticas, desfiles militares y juras de banderas, o donde se levantaron arcos de triunfo para reyes, generales y nuncios papales. Y ha sido catedral a cielo abierto en la que los cacereños aplauden la llegada de su patrona, coronada en octubre de 1924, y escenario en que siguen procesionando las cofradías y, entre palmas blancas y calor sofocante, el Corpus.

Plaza, otrora del general Mola, donde sus soportales fueron cegados con sacos terreros en la guerra civil y recinto cortejado por vetustos monumentos y por ese ayuntamiento. Un nuevo atuendo le da el sello apropiado para un lugar de cálidos contactos y conversaciones amistosas. Una nueva ágora que siempre estará a la sombra de las torres de Bujaco, Púlpitos, Yerba y Hornos.

*Historiador.