Son las seis de la tarde y en las escaleras del antiguo cine Coliseum los viandantes asisten al colmo de la mendicidad: un pobre sedente solicita limosna a un pobre paseante. El menesteroso sentado es forastero, sostiene un folio blanco donde anuncia su necesidad y cuenta con un simpático ayudante, que enarbola una porra troglodita con la que hace monerías al tiempo que solicita caridad. En esto pasa un famoso pedigüeño local y la pareja mendicante lo aborda.

La anécdota no dejaría de ser graciosa si no fuera porque no se trata de una curiosidad aislada, sino de un fenómeno cada vez más extendido por las calles de Cáceres. Según Cáritas, en la ciudad viven 150 familias pobres, mientras que hay 50 familias de inmigrantes sin recursos que son atendidas por la institución.

La pobreza, que durante los últimos años parecía desaparecida, ha regresado a las calles cacereñas. Los vendedores de pañuelos y limpiadores de parabrisas, que ya casi no se veían, han vuelto a tomar los cruces semafóricos estratégicos de Virgen de Guadalupe con Gil Cordero y de la carretera de Monroy con la de Madrid.

HASTA DOS EUROS

En este punto trabaja un batallón de eficientes limpiacristales que conocen las frecuencias semafóricas y actúan con tal diligencia que no se escapa ni un vehículo. "Uno de cada tres, más o menos, les da dinero", apunta un jubilado vecino de Pinilla que se entretiene observando la nutrida brigadilla con sus cubos y cepillos. "¿Qué cuánto nos dan? Poco, lo suelto... Unos céntimos... Como mucho, dos euros", confiesa un operario mientras su cliente se azora porque el semáforo verdea y no encuentra suelto.

La mendicidad también se da en las aceras más selectas del centro. Desde hace varias semanas, los viandantes que circulan por la avenida de España y la parte alta de Ronda del Carmen se quedan atónitos al contemplar una imagen que no se veía desde la dura posguerra.

Un hombre maduro y moreno demanda caridad con los pies y las pantorrillas desnudos. En estos atardeceres helados de finales de febrero, el mendigo descalzo recita jaculatorias y extiende su mano. Y al gesticular aterido, las gentes se apresuran huyendo de la miseria.

Ultimamente ha llegado a Cáceres un grupo de jovencitas rumanas que durante la mañana se trasladan a los pueblos del extrarradio y al anochecer inician su ronda diaria por los bares que ellas consideran más chic . Primeramente, van a los pubs de La Madrila alta. Después, hacen la ruta de Obispo Segura Sáez, San Pedro de Alcántara y Gómez Becerra.

Delante van dos niñas vendiendo el diario de los desposeídos. Una sólo pide. La otra es zalamera y te acaricia el hombro, te dice guapo o guapa y acaba ablandándote. Al poco de marcharse la pareja, llega otra muchachita rumana con un bebé en brazos que acaba de convencer a los más remisos.

Y así cada día: por la mañana, pobres en los semáforos; por la tarde, mendigos descalzos en las aceras; al anochecer, las niñas rumanas. ¡Ah! Y los jueves, a las cinco, todos a las Trinitarias en busca de ropa para abrigarse.