Quizá algunos de los que leen esto en la web de este diario, como en otras ocasiones, hagan comentarios que tienen que ver con mi condición de presbítero, diciendo que también entre nosotros se dan situaciones de las que deberíamos avergonzarnos. Una manera de 'matar al mensajero', como se suele decir. Pero, aún así, a petición de varios lectores, me decido a escribir sobre este tema.

La llamada 'clase política' lleva bastante tiempo en el punto de mira de la población. Nos hemos despertado muchos días con un nuevo caso de corrupción, de nepotismo, uso irregular de fondos públicos o cosas similares. Es un grave problema y no solo por la magnitud de los delitos que salen a la luz sino porque estos comportamientos socavan la confianza que los ciudadanos depositamos en ellos y en el sistema político que nos hemos dado.

Estos hechos, unidos a la fuerte crisis económica, da como resultado una desafección en los ciudadanos hacia sus propios representantes como nunca hemos conocido desde el comienzo de la democracia. Es lo que transmiten diversas encuestas, incluidas las del CIS. El descrédito de la clase política es creciente y no se libran de la sospecha ninguna de las siglas, por mucho que cada uno diga que los "malos" son los otros.

Lo que se espera del buen político es que fomente el bien común, que administre lo que es de todos de forma hábil y honrada, a la vez; que procure unas condiciones sociales, económicas y políticas que hagan posible el desarrollo integral de todas las personas. En cambio, el mal político es quien sólo está pendiente de sí mismo y de los suyos, de su prestigio, de sus ganancias y de su poder. Uno tiene la sensación de que la democracia se ha ido diluyendo en el individualismo, desapareciendo toda noción de bien común. Y esta atmósfera individualista, que ha arraigado también en quienes administran la "cosa pública", es el origen del nepotismo y la corrupción en los que deberían ser servidores públicos. Justo es decir que no todos los políticos son iguales y que seguramente son más numerosos los que actúan de forma honrada, pero la ciudadanía quiere ver que no hay ningún tipo de complicidad del estamento en su conjunto con aquellos que se comportan indignamente.