Ston tan pocos los padres que se acogen a su derecho a una baja por paternidad que el Congreso de los Diputados ha estudiado, en la Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales, el aplicar acciones de discriminación positiva a los varones para que se sumen al placer de disfrutar los primeros días de sus bebés. Pero sus señorías son tan escépticos sobre que, aún con todas las facilidades, los hombres hagan uso de esa licencia que piden que se estudie la implantación de un permiso de paternidad obligatorio.

Serían, así, los hombres españoles papás presentes junto a la cuna por obligación . Es decir que el nacimiento de un hijo, hecho que salvo excepciones, es compartido por un señor y una señora, sería, gracias a la ley, un tema de verdad a dos. La mujer por causas naturales y su pareja por obligación. Parece bastante pintoresca la situación y penoso que el Estado deba, en este caso, suplir el entusiasmo paternal por la obligación forzosa.

Pero esta medida, con ser la más novedosa, no es la única que el Congreso de los Diputados pretende introducir para modificar los hábitos de los ciudadanos en la línea de proteger la convivencia familiar y dejar claro que existe vida fuera del trabajo. Entre otras propuestas pretenden los diputados desterrar la cultura, tan extendida en España, y tan rara en el resto de Europa, del presentismo en las empresas. Consideran que se deben hacer campañas para convencer a los probos trabajadores de la ineficiencia de jornadas laborales eternas y que más vale menos horas pero más aprovechadas.

Para ello insta a las empresas a vigilar los horarios de convocatoria de esas extemporáneas reuniones que comienzan a las ocho y medias de la tarde y que acaban pasadas las diez de la noche y que impiden cualquier atisbo de convivencia con los hijos. Unos chicos cuyos horarios escolares no coinciden con los laborales de sus padres y que suelen pasar las tardes pegados al televisor o las consolas de videojuegos.

En fin, si triunfa la propuesta que ahora se debate, comenzará el camino para acabar con el anacronismo de horarios que padecemos y que, encima, no nos llevan a ser los más eficaces trabajadores de Europa.